Conocer los manglares que se mantienen muy cerca de Cartagena era una excursión que nos apetecía a todo el grupo, una vez que nos la recomendó Jazmín. La contratamos con la agencia Ecotours Boquilla ya que en ella están involucrados pescadores, de La Boquilla, la enorme laguna donde se encuentran estos manglares.
Vinieron a buscarnos a primera hora de la mañana al hotel y en una furgoneta muy usada nos llevaron allí, atravesando una larga playa. Nos sorprendió que la última parte del trayecto la hicimos circulando directamente sobre la arena, y así desembocamos en un poblado de casas modestas junto a la laguna, conectada con el mar.
Tras unos minutos en una especie de sala de espera salimos de inmediato a la laguna con nuestros dos guías, Juan y Lucho, amables ambos pero uno de ellos mucho más extrovertido.
|
En una pared de tablas han pintado una excursión en las barcas que utilizan |
Durante unos minutos llevaron las barcas hasta el extremo de la laguna de la Virgen, donde iba a desarrollarse la clase de pesca, teórica y práctica, y después un recorrido por los manglares.
En las embarcaciones llevábamos varias nasas, aunque no sabíamos en ese momento qué íbamos a recolectar con ellas.
Nos explicaron que la laguna sigue siendo muy grande, pero que ya no es lo que era. Que cada vez es menos profunda y que de seguir así pondrá en peligro su subsistencia, que no es otra que la pesca y los turistas. Dijeron que hace unas décadas tenía varios metros de profundidad, con lo que su declive resulta evidente.
Es un lugar muy tranquilo, en el que se escucha a los pájaros y poco más. Más tarde nos cruzamos con otros grupos de turistas haciendo el recorrido. Había sitio de sobra para todos.
En un lugar silencioso y tranquilo empezaron a darnos instrucciones.
Llevábamos los cubos para guardar allí nuestras capturas, que las hubo. Íbamos bien protegidos, ya que el sol caía implacable.
|
En la laguna el nivel del agua no superaba el medio metro y el suelo era arenoso |
El sistema de pesca es muy sencillo: consiste en lanzar una red (tarraya, se llama), que lleva pesos de plomo en el borde y se abre al tirarla, pero hay que saber como hacerlo. Cae sobre el agua, se deja unos segundos y se recoge arrastrándola, con lo que los peces que hayan quedado debajo son capturados.
La clave reside en lanzar bien la red. Cuando lo hacían nuestros monitores, sin esfuerzo alguno, les salía perfecto, fruto de un oficio largamente trabajado. A nosotros, pues unas veces mal y alguna incluso regular. Nos faltaba práctica, claro está.
Con mucha paciencia, los instructores fueron perfeccionando nuestro estilo, aunque la cosa, para los profanos, no resultaba sencilla.
|
Los monitores siempre lanzaban bien la red y sin el menor esfuerzo |
Así nos entretuvimos un buen rato, lanzando y recogiendo la red. Dentro, algunos pescados que íbamos almacenando en los cubos, salvo los pequeños, que se devolvían al agua.
Tras un rato en esta actividad, colocamos varias nasas en distintos lugares con cebos en su interior para pillar las nécoras y nos fuimos a conocer los manglares, a unos cientos de metros de donde estábamos.
Fue un paseo tranquilo e instructivo, especialmente para los que no conocíamos este tipo de lagunas. Existen en zonas tropicales y se cubren de agua de las mareas. Allí se desarrollan árboles que toleran bien el agua salada. Todo se mantenía muy limpio, en su estado natural.
Estos árboles desarrollan raíces aéreas muy tupidas, que pueden llegar incluso a bloquear estos pasillos.
Los manglares cumplen una vital función de muro natural frente a las tormentas. Si desaparecieran, no existiría una barrera importante frente a la erosión del terreno, muy arenoso en este caso.
El nombre de manglar proviene del árbol llamado mangle, cuyas raíces tienen una forma única: expuestas al aire por encima del suelo fangoso, forman una red capaz de sostener altos troncos y copas frondosas. Nos explicaron que se trataban de manglares rojos, que los hay de muchas variedades.
El paseo fue realmente agradable en esta maravilla de la naturaleza. En un par de ocasiones acudimos a revisar las nasas, y en la mayoría había alguna nécora, con lo que la final hicimos un pequeño acopio de pescado y marisco.
Cubierta la clase de pesca y la visita a los manglares, regresamos a la base.
A lo largo de la mañana algunas preciosas aves nos habían hecho compañía, y se les veía acostumbradas a la presencia del hombre. Estaban relativamente cerca y no alzaban el vuelo.
Allí empezó la segunda parte de la actividad, que no fue otra que cocinar, y comer, parte de lo que habíamos pescado.
La cocina era tradicional, un fuego de leña a una altura cómoda.
Nos invitaron a ayudarles a cocer las nécoras, algo que viniendo de Galicia no nos sonaba nada raro.
Finalmente, después de que tomáramos un aperitivo de piña colada, nos ofrecieron una comida consistente en un plato de mojarra (tilapia) con guarnición de arroz de coco, que estaba rico. Y después, nuestras nécoras. Al terminar, vuelta al hotel tras un día de actividad pesquera y ambiental muy provechoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario