martes, 24 de enero de 2023

7) Disfrutamos el Tayrona y "navegamos" en Palomino

En las puertas del Tayrona la agencia nos ofreció un desayuno discreto

El madrugón fue como estaba previsto: a las 6:15 nos recogió un bus en nuestro hotel y luego siguió añadiendo gente de otros hoteles. Nos fue imposible desayunar en el Masaya por lo temprano de la salida, pero amablemente nos facilitaron un sándwich. En cualquier caso, la excursión incluía desayuno y la opción de comer en el Tayrona por nuestra cuenta, que desechamos. La excursión que incluía desayuno, entrada al parque para extranjeros (un poco más cara de la normal), seguro y guías más transporte, nos costó sobre 37 euros por persona en la agencia Turcol.


El Tayrona es un paraíso de flora y fauna declarado parque nacional en 1964 para garantizar su protección y conservación. Tiene 150 kilómetros cuadrados y la entrada está controlada, y vetada la presencia de vehículos a motor.


Los autobuses nos dejaron en el aparcamiento situado dentro del Tayrona, en la entrada del Zaíno, una de las más populares para hacer la caminata andando hasta el cabo San Juan. Se puede hacer el recorrido a pie... o a caballo. Esto último nos pareció algo inadecuado, ya que no resultaba agradable ver pasar a gente a caballo con el guía sujetando las riendas (había tramos complicados, estrechos, de cierto riesgo) y zonas llenas de heces y meadas que los caminantes teníamos que salvar.


Aunque los terrenos del parque llegan casi hasta Santa Marta, la entrada del Zaíno se encuentra en el extremo contrario, por lo que tuvimos que hacer una hora en autobús. Íbamos acompañados de guías y nos pusimos en marcha para llegar hasta Cabo San Juan. 


Aunque en la ruta  han colocado puentes y escaleras de madera en algunos puntos, la primera mitad es bastante irregular, con constantes subidas y bajadas. La vegetación nos protegía del sol, pero hacía calor y mucha humedad.


Los tres guías de nuestro grupo, que poco a poco se iba estirando, nos daban información cuando coincidíamos con ellos. Eran amables y tenían ganas de colaborar. Leímos que diariamente pueden ingresar 5.900 personas en el parque, pero no nos pareció que hubiera  mucho control. Posiblemente, como ocurría con las islas Cíes en Vigo, igualmente integradas en un parque nacional, hasta hace muy poco tiempo.


Cuando empezaron a aparecer las magníficas playas se ratificó la espectacularidad del parque, que incluye en su protección una amplia zona marina. La mayoría son bravas y el baño está restringido e incluso directamente prohibido.


De hecho, ese día conocimos una categoría nueva de bandera en las playas. A las roja, amarilla y verde se añadió la negra, colocadas en aquellas donde se han producido muchos ahogamientos. Por ello el veto es absoluto.


Dentro del parque se puede pernoctar en algunos hoteles y cabañas. También encuentras indígenas que venden zumos y bebidas.
 

Las tribus de la zona tienen derechos sobre el parque, que ocupa territorios históricos suyos. De hecho, anualmente se cierra dos períodos de quince días (febrero y noviembre) para que lo utilicen en exclusiva los indígenas, titulares de las tierras, para celebrar ritos religiosos, y de paso viene bien para ayudar en la conservación de sus ecosistemas. Este año se añadirá un tercer cierre en junio también de dos semanas.

Montículo y mirador de Cabo San Juan, nuestro punto final de la caminata en el Tayrona

La ruta hace paradas en varias playas (Cristal, Arrecife, Piscina Natural..) y cada visitante era libre de quedarse en ellas. De hecho, hubo quien lo hizo ya que la caminata se hacía dura por el calor. Nosotros elegimos seguir hasta el Cabo San Juan. 


Es un lugar espectacular y estaba lleno de gente que había venido a ver el parque nacional; algunos seguramente alojados en los hoteles y cabañas, aunque en general eran muy básicos.


Aunque el mar golpeaba la playa con olas muy fuertes, decidimos darnos un baño.


Había que ser precavido y mantenerse justo en la orilla. Imposible otra cosa ya que la resaca podía alejarte enseguida de la playa. Los vigilantes permanecían atentos y de inmediato reprendían a cualquiera que hiciera ademán de irse lejos.


Es realmente un sitio espectacular.

A la izquierda, uno de los chiringuitos de Cabo San Juan

En Cabo San Juan había varios chiringuitos, pero estaban llenos de gente y la comida no nos atraía. Estábamos lejos de la civilización y todo llega allí a lomos de caballo, los pobres con los suministros a cuestas, incluidas pesadas bombonas de butano.


Habíamos descartado la idea de regresar en lancha que había ofrecido la agencia. La embarcación vuelve pegada a la costa, ya que el mar es aquí peligroso, y los viajeros soportan un fuerte bamboleo. Así que preferimos desandar el camino, a pesar del cansancio.


Por este motivo decidimos iniciar el regreso por nuestra cuenta, sin esperar al grupo. De esta manera podíamos caminar sin presión y haciendo paradas.


Dentro del parque, especialmente al regreso, vimos y oímos bastantes monos aulladores y también titís. Era una espectáculo contemplar su destreza para moverse en los árboles. Se les notaba acostumbrados a los humanos. No solo no escapaban sino que se acercaban.
La fauna del parque incluye desde pumas a boas constrictor, pero ninguno de ellos se dejo ver. Y por supuesto mosquitos, aunque nosotros nos habíamos impregnado de repelente.
El Tayrona es zona de fiebre amarilla y recomiendan vacunarse para visitarlo. Nos informamos y resulta que a los mayores de 60 no lo recomiendan. Por tanto, fuimos sin vacuna.


En la retina guardamos imágenes del día como esta foto. Es sin duda un sitio  impresionante y en el grupo debatimos si más atractivo que el Abel Tasman, el parque nacional de la isla sur de Nueva Zelanda que 2017 nos impactó. Quien tenga curiosidad puede ver la correspondiente entrada en el blog de ese viaje.


Poco a poco fuimos desandando el camino y haciendo paradas.


Disfrutando con las imágenes que ofrece el parque, como este espectacular cocotero. Los indígenas recogen los cocos y los venden en el camino, nos explicaron, trepando por estas enormes palmeras, pero ese día no vimos a ninguno. Junto a ellas había también muchos cocos que se habían caído; en caso de dar en la cabeza de alguien podía ser mortal,
En el viaje de regreso al hotel atravesamos zonas poco atractivas en la periferia de Santa Marta, barrios degradados y con mucha suciedad. El autobús nos dejó en el paseo marítimo, a unos 500 metros del hotel. Con nosotros estaba Marcos, un santiagués que viajaba solo y alojado también en el Masaya.

Después de asearnos salimos a cenar pues no habíamos comido. Buscamos un restaurante, Zafra, con buenas críticas en Internet, pero en la dirección que figuraba no existía, justo lo mismo que nos había pasado con la agencia de viajes el primer día. Tras muchas vueltas terminamos en Donde Chucho, el mismo restaurante de Rodadero. Solo hay dos en Santa Marta y fuimos a los dos, algo no buscado. Cenamos muy bien.

PALOMINO


Esta vez salimos desayunados del Masaya. En el autobús repetimos el viaje del día anterior. Palomino, nombre del río en el que íbamos a practicar tubing, se encuentra en la misma carretera, pero un poco más lejos y ya en el departamento de Guajira. A destacar que el conductor resultó un peligro (adelantaba camiones en lugares peligrosos y sin visibilidad, aceleraba cuando veía una limitación a 30, cosas así, pero no parecían preocupar a nadie). Llevaba la música a volumen discoteca y simulaba bailar. Un numerito y no quedó otra que sobrellevarlo. Tampoco nos agradaron los dos animadores que iban en el bus, dicharacheros y jaraneros, pero con unos chascarrillos que rezumaban machismo primitivo y bastante infantilismo. La excursión, a través e la misma agencia, costó lo mismo que el día anterior, aunque incluía la comida. 

Preparándonos para descender el Palomino en un neumático

En varios autobuses viajamos los aguerridos turistas para lo que al final fue una aventura de dibujos animados, siendo generosos, aunque nos reímos bastante.

El grupo antes de iniciar la singladura con Cloe, una escocesa que viajaba sola

Resultó que el río era casi una piscina, grande pero con poco fondo y muy tranquilo. Por ello, gran parte del recorrido se hacía a paso hombre y a veces hasta el culo, en el fondo del neumático, encallaba en un banco de arena. Pese a ello lo pasamos bien y nos reímos lo suyo. Menos mal que elegimos no atar los neumáticos entre sí para movernos todos juntos, en tal caso el aburrimiento habría estado garantizado.
Hay pocas fotos porque no llevábamos los móviles, obviamente, pero hay un par de vídeos .



La excursión incluía una segunda parte, consistente en conocer la desembocadura del Palomino, un río de solo 68 kilómetros con aguas claras y limpias que procede de la vecina Sierra Nevada. Se trata de una cordillera de nieves perpetuas, con los picos más altos del mundo de carácter litoral. 

Desembocadura del Palomino, muy tranquilo en un mar siempre agitado

Es también un parque nacional, pero no lo visitamos. Mucha gente en Santa Marta vive en sus estribaciones ya que con la altura la temperatura refresca.

Mucha gente se bañaba en el río, muy tranquilo a diferencia del mar

El mar fue una gozada, pero siempre junto a la costa


Pasamos un rato en la playa de Palomino, un brazo de arena cambiante debido a la fuerza del mar. Allí esperamos a que nos prepararan la comida que habíamos encargado. En el grupo varios pedimos pargo al cabrito, asado al fuego con arroz de coco,  mejor que la mojarra incluida en el menú de la excursión. Para elegirlo nos mostraron los pescados en una bandeja que iba pasando de mesa a mesa.


Los chiringuitos junto al mar estaban al alcance de las olas y nos explicaron que a veces sucumben. Por ello los construyen con tablas y bambú, para evitar pérdidas cuantiosas. 


La comida estuvo realmente bien y con nosotros comieron Fernando, el director de la agencia que nos había llevado, Turcol,  (izquierda, centro), y unos de sus empleados, Javier, (con gafas en la gorra), que resultaron unas personas encantadoras. También Cloe (al fondo), pero la pobre no se enteraba de nada ya que no hablaba casi español. Fernando dijo que hacia el viaje para hacer fotos y ver la posibilidad de promocionar más el tubing, hasta ahora minoritario frente a opciones como el Tayrona.


Con Fernando estiramos la sobremesa en una larga conversación, sobre los problemas del país, el narcotráfico, la violencia, el nuevo gobierno... Era evidente que le encantaba hablar de su país con nosotros y tenía una herencia curiosa: nieto de marroquí y también con ascendencia judía. De hecho, se confesó musulmán, pero no muy practicante. Con solo 22 años estudiaba derecho y dirigía la agencia, aunque esto último tenía una explicación sencilla, que nos trasladó: iba a casarse en breve con la hija del propietario. Resultó una persona sencilla, progresista y muy juiciosa para su juventud. 


A primera hora de la tarde regresamos a Santa Marta en el bus y dimos una última batida por el paseo marítimo, ya que al día siguiente partíamos para Cartagena de Indias.

Imagen de la playa de Santa Marta a la caída del sol, animada y concurrida

Habíamos concertado el viaje con S., el conductor que el primer día nos había ido a buscar al aeropuerto y quedó compuesto y sin viaje. En desagravio, lo llamamos y concertamos este traslado en 800.000 pesos por unas cuatro horas y media de viaje. Resultó un personaje curioso con una historia personal tremenda. Como no le pedimos permiso para reproducirla, y lo vamos a hacer, no lo identificamos.
Así que, atentos a la siguiente entrada.

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