viernes, 20 de enero de 2023

11) Duros contrastes en la hermosa ciudad de Medellín

 

Medellín, la ciudad de los "paisas", en el departamento de Antioquia, era una visita obligada. Es una urbe enorme, la segunda del país, pero su relevancia la convierte en el alter ego de la propia Bogotá. Es la patria chica de personajes de todo tipo, admirables y odiosos, y como ejemplos Fernando Botero y el cantante Juanes o Pablo Escobar.  Por tanto, no hacían falta excusas para llegar hasta allí y en un vuelo local de Avianca saltamos de Cartagena a Medellín. Nos llamó la atención que al aeropuerto de Cartagena solo dejaban entrar a los viajeros que tuvieran tarjeta de embarque.



Un taxi nos llevó hasta el hotel Masaya, de la misma cadena y estilo que el de Santa Marta, pero nos gustó más. Instalaciones más nuevas y modernas y un trato de excepcional amabilidad por parte de su joven personal. Esto último fue casi un estándar en la Colombia que nosotros conocimos. Las tres habitaciones nos costaron 973 euros, por cinco noches, siempre con desayuno incluido.


Medellín tiene 2,6 millones de habitantes y se extiende en una amplia planicie limitada por altos cerros. La parte baja es una ciudad al uso, con sus peculiaridades, y al llegar a las montañas la urbe sigue creciendo, ascendiendo desordenada y miserable por su laderas, con unos enormes y gigantescos barrios en parte equivalentes a las favelas brasileñas. En el vídeo anterior, la vista de la ciudad recogida desde la terraza del hotel nada más instalarnos. 


 Y es que desde las alturas, aparte de la piscina, divisábamos media ciudad.

Aunque sus 1.500 metros sobre el nivel del mar no son habituales en grandes ciudades, quedan lejos de los 2.600 de Bogotá.

Habitación del Masaya Medellín, bien pero sin mesa ni silla

A diferencia de Bogotá, Medellín tiene metro desde 1995, una larga línea transversal y otra menor perpendicular. Es la clave de la movilidad sostenible y rápida en la ciudad, y la usamos para movernos. De hecho, escogimos el hotel porque había una parada de metro, Poblado, a unos quince minutos.

Entrada al restaurante Alambique. Nos costó imaginarnos cómo era por dentro.

El primer día en Medellín, domingo, elegimos para comer el restaurante Alambique, con muy buenas críticas. Sabíamos la dirección (cerca del hotel) pero aún así nos costó encontrarlo... y es que su exterior ni mucho menos hace justicia a un interior cuidado y atractivo y a su comida. Merece la pena consultar su original carta en la web.

Nos admitieron sin reserva gracias a que fuimos temprano. Después comprobamos que el local, que semeja el salón de un escritor, se iba llenando hasta que no quedó libre ni una mesa.

Y si no necesariamente un escritor, al menos alguien aficionado a la lectura y con buena biblioteca. Es un establecimiento de cocina de autor, con platos diferentes a los habituales y casi todos (por tamaño) para más de una persona. Gracias a que nos lo advirtieron pedimos de manera razonable. Nos gustó mucho y todo por 11 euros persona.


Después de un pequeño descanso en el hotel dimos un primer paseo, largo y casi excesivo. Fuimos callejeando al centro, varios kilómetros, por una peculiar avenida (tipo la Castellana madrileña) que alternaba zonas de grandes y modernos edificios de oficinas con naves tipo zona industrial anticuada. La cuestión era familiarizarnos un poco con la ciudad.

La reproducción de un diario recuerda el dramático suceso que aquí tuvo lugar

Nuestra idea era llegar a la plaza de San Antonio, un lugar emblemático de la historia de violencia de Medellín. Aquí el 10 de junio de 1995 estalló una bomba durante el transcurso de un festival musical. Resultado: 23 muertos y 200 heridos. Nunca se llegó a aclarar quien fue responsable.

El pájaro de Botero quedó completamente destrozado por un atentado que nadie reivindicó

Entre los damnificados, la escultura El pájaro, de Botero, ante lo que el artista decidió construir otra similar pero exigió que se mantuvieran ambas, una junto a la otra, como "un monumento a la imbecilidad", en palabras del famoso escultor paisa.


En el lugar releímos sobre este suceso y resultaba increíble que allí hubiera pasado lo que pasó. Antes de irnos nos retratamos delante de la estatua entera, en un mudo deseo de que su antecesora nunca hubiera sido destruida por la barbarie.

El metro fue un descubrimiento en Medellín: limpio, ordenado, sencillo de utilizar y, como siempre con este sistema de transporte, ágil y rápido. Nos enteramos de su funcionamiento y adquirimos un tique que podíamos utilizar todos y recargarlo en la máquina cuando quisiéramos.

Museo de Antioquia, que tiene una planta entera dedicada a Botero.

La plaza Botero es un lugar muy céntrico y emblemático que la ciudad ha dedicado a su hijo más ilustre, A cambio, el escultor ha donado las  23 obras que en ella se encuentran, y muchas más en Medellín, Bogotá y otros puntos de Colombia.


Es un recinto que siempre está lleno de gente, turistas de una parte y vendedores ambulantes, de otra, a la caza de un cliente fácil.


Hay esculturas de todos tipo, algunas de gran tamaño. Un verdadero museo al aire libre.

El pene de esta escultura, que por no sé que asociación de ideas ante ella posaron solo los chicos, también debe tener la magia de la mujer con los pechos al aire de Cartagena, pues lucía doradito, como si fuera muy sobado.

De manera rotativa (pasamos por allí varios días) había un grupo de operarios limpiando las esculturas de la polución ambiental con productos específicos con un fuerte olor. La alcaldía había colocado unos simpáticos carteles para anunciar este remozamiento.

Parecidos razonables

Y entre nosotros hubo quien no se resistió a encontrarse con el propio Botero antes de abandonar la emblemática plaza. Este doble se encontraba en la puerta del Museo de Antioquia, recinto cultural que también acoge una numerosa colección, principalmente pintura, del polifacético Botero, que por supuesto recorrimos.

La historia de esta plaza viene de lejos, pues las obras, de bronce, fueron donadas en 2002 y es el único museo del mundo al aire libre donde hay tantas esculturas del maestro paisa. 

Recorriendo la plaza recibimos un audio de consejos que nos envió Jazmín desde Bogotá

En la misma plaza esta el Palacio de la Cultura Rafael Uribe

Fuimos conscientes de que había mucha vigilancia policial en la zona y de las numerosas noticias sobre asaltos y robos que allí se producían. Había igualmente una nada oculta actividad de prostitución a plena luz del día. Nosotros estuvimos atentos, un poco por encima de lo habitual, y todo discurrió con normalidad.



A los pocos días de regresar a Galicia, leímos en un periódico que el alcalde de Medellín había decidido tomar medidas para evitar los robos y la prostitución en la plaza. Para ello la rodeó con vallas y colocó vigilancia en unos pocos accesos permitiendo exclusivamente la entrada de turistas. La medida generó polémica y no sabemos el tiempo que ha durado, cabe imaginar que poco.


Tras la visita al Museo de Antioquia, en un interesante edificio que antes acogía la sede del Ayuntamiento de la ciudad, nos tomamos un descanso con zumo o café en la cafetería existente en uno de sus patios interiores.

Enormes farolas (al fondo) decoran la plaza de las Luces

Y, por supuesto, encontramos tiempo para acercarnos a la famosa plaza de las Luces, donde han colocado 300 enormes farolas de 24 metros de altura que hacen juego con enormes bambúes. Este espacio lo ocupaba antes un mercado cubierto. Quizás como desagravio, en las calles cercanas hay mercadillos y docenas y docenas de vendedores ambulantes.

Aspecto de la Comuna 13 en la que se aprecia el acueducto que permite acceder en coche

Además de lo anterior, en Medellín se ha convertido en tradición que los turistas visiten la Comuna 13. Se trata de una enorme favela que ha saltado a la fama por pasar en unos pocos años de ser uno de los lugares más violentos de América a un remanso de paz o casi un parque temático, según se mire. En paralelo, la administración municipal ha logrado mejorar las condiciones de vida de sus moradores. Y toda la zona ha adquirido una relevancia turística sin precedentes.


El origen de la Comuna 13 es similar al de la mayoría de los barrios chabolistas del mundo: familias desarraigadas y sin medios, habitualmente de áreas rurales, que llegan a la ciudad sin nada buscando un futuro mejor o al menos sobrevivir. Se instalan en la periferia y construyen una infravivienda con lo que encuentran (tablas, plástico, uralita), sin servicios, accesos, ni espacio entre las casas. Un desastre. Y pasado el tiempo, los gobernantes municipales se encuentran con que lo que solo era campo se ha transformado en un gran poblado con miles de habitantes.

Aquí comienza la Comuna 13 y los vehículos grandes tienen que dar la vuelta

Dato: la Comuna 13 tiene ahora 175.000 habitantes distribuidos en 23 barrios, una auténtica ciudad dentro de la ciudad. El término Comuna puede inducir a confusión y creemos que a lo que más se asemeja es a nuestros distritos.


El cambio en la Comuna 13 ha venido de la mano de sus moradores, que se organizaron para erradicar la violencia y buscar modos de vida a los jóvenes, y de la Administración, que poco a poco la ha ido dotando de servicios. Ahora las viviendas son de ladrillo, tienen abastecimiento de agua y alcantarillado, y está muy avanzado una especie de viaducto semi colgante que permite acceder a las motocicletas y vehículos pequeños de reparto. También se ha organizado un servicio de recogida de basura un tanto básico que aquí es muy valorado.


Y junto al acueducto, una sucesión de escaleras mecánicas permiten acceder a la comuna, o descender, con facilidad, dando una movilidad a los vecinos y a los visitantes de la que carecían. En la práctica estaban confinados, con todo lo que ello implica.

Imagen de la toma militar de la Comuna 13 en la Operación Orión 

La fama de la Comuna 13 se produjo a raíz de la Operación Orión, una intervención militar entre el 16 y 17 de octubre de 2002, que buscaba acabar con la implantación de las guerrillas de las FARC y del ELN en este barrio, donde llevaban tiempo instaladas. El resultado fue catastrófico para la población civil, tomada entre dos fuegos. Y para mayor dramatismo, militares y policías estuvieron respaldados por milicias paramilitares que provocaron la mayoría de los asesinatos. Resultado: casi un centenar de muertes (solo cuatro militares), otros tantos desaparecidos (bastantes producto de ejecuciones extrajudiciales)  y muchos heridos y torturados. Este fue el atropello más atroz, pero hubo otros muchos. Desde entonces la situación ha mejorado y hoy este pasado es un recuerdo doloroso.

Casa Kolacho, una asociación que busca alternativas para los jóvenes y organiza tours en la zona


Escolarizar a niños es una preocupación en la Comuna 13, y en ese campo se han logrado avances, pero no es un asunto resuelto.

Catalina (derecha), nuestra guía. Al fondo, el viaducto que comunica el centro con la comuna

Visitamos la Comuna 13 guiados por Catalina, la guía que nos puso Casa Kolacho (teléfono +57 311 3473131), una asociación que busca mejorar y dignificar el barrio. Entre sus actividades están los tours guiados con turistas. De esta forma difunden el cambio que se ha producido y a la vez tienen una fuente de ingresos. Catalina nos contó al final que sus padres habían muerto en un acto de violencia en la Comuna, que ella era muy joven y quedó al cargo de una hermana de 9 años. Nos dejó mudos.

La ropa tendida tapa parcialmente el rostro de Catalina, nuestra guía 

Caminando por la Comuna descubrimos que Catalina es una persona muy conocida y apreciada en la zona, hasta el punto de que un artista local la plasmó en uno de sus murales. Ella nos había recogido en una estación de metro y nos llevó al barrio en un autobús. Después caminamos siguiendo el acueducto, del que existen tres tramos terminados de un total de siete del proyecto, mientras nos informaba sobre la realidad existente ahora y lo que había antes. Respondía a nuestras preguntas, saludaba a gente, se le veía en su salsa. También resultaba patente que era un trabajo que realiza con frecuencia. En momentos de auge turístico, hasta dos veces al día. También se refirió a la pandemia, que fue un momento muy duro de sobrellevar. por motivos sanitarios y por el confinamiento y las dificultades económicas en un lugar como este. Grupos de jóvenes bailaban break dance y conseguían sus propinas. 


Por la zona había una animación tremenda, gente en las calles, en las terrazas que pese a la estrechez han logrado colocar por algunas esquinas. Y con Catalina pasamos revista a los principales grafitis pintados en sus paredes, de los que ofrecemos una muestra:







Medellín vista desde un mirador de la Comuna 13


Indudablemente, la visita te pone ante los ojos una realidad que la gente que no reside allí conoce de oídas y difícilmente imagina. Más que la dura realidad, llama la atención el optimismo de Catalina y el que creíamos percibir en las personas con las que nos cruzábamos o con las que hablaba la guía.


Haciendo alguna paradita para descansar, iniciamos la bajada al Medellín central, ese otro mundo del que procedíamos. En algunos momentos se nos pasó por la mente que la C13 puede haberse convertido en un parque temático confirmado por el hecho de que en algunas casas se limitaban a poner un cartelito en la puerta que simplemente ponía "baño 1.500 pesos" y solo con eso tenían una fuente de ingresos. De ser así, bienvenido sea viniendo de la realidad que viene. 


Utilizando las escaleras mecánicas y las de toda la vida, en un ratito llegamos de nuevo a la entrada. Poco después nos despedíamos de Catalina deseándole, en lo personal y para el barrio, la mejor de las suertes. 


Y que los contrastes que ahora son una seña de identidad, vayan limándose con el paso del tiempo.

La excursión a la Comuna 13 no fue la única incursión en la realidad de la periferia pobre de Medellín, donde por el tamaño de tanta favela debe vivir una parte sustancial de su población. Para ello montamos en el Metrocable, que es un ramal del transporte público que mediante un teleférico comunica el centro con el barrio deprimido de La Aurora. Su finalidad es la misma que el acueducto de la Comuna 13: ofrecer una vía de comunicación rápida a estos vecinos para desplazarse al centro. Y ayudar así a mejorar sus condiciones de vida.


En el teleférico, incluido en el billete del metro,  ascendimos al cerro que rodea la ciudad y nuestra sorpresa fue que allí empieza un nuevo tramo: hay otro valle lleno de casas como las de la foto y asciende hasta la montaña que hay en una segunda fila. Tremendo: el teleférico se alarga y la barriada se extiende con casas que parecen todas calcadas en su diseño y estructura comunal, aunque cuando estás más cerca aprecias diferencias. Y de vez en cuando aparecía una escuela con patio, una señal de esperanza.


Siguiendo con las visitas alegres en Medellín localizamos la impresionante Casa de la Memoria que puso en marcha años atrás la municipalidad. No es otra cosa que una especie de museo-relatorio sobre el conflicto, denominación difusa y neutra en la que los colombianos incluyen todas las violencias que padece el país desde hace más de un siglo: guerrillas, guerra civil, conflictos campesinos, terrorismo y narcotráfico, paramilitarismo, guerra sucia policial...


Es una instalación moderna, bien puesta y de acceso gratuito, con lo que queda en evidencia que quieren informar y transmitir, y para nada ingresar dinero.


Lo menos relevante es la parte museística, escueta y un tanto resumida ante la dificultad de abarcar tantos enfrentamientos y disputas violentas.


En cambio, puedes hacerte una idea, aproximada y lejana, pero idea a fin de cuentas, en los paneles donde se narra cronológicamente el conflicto utilizando principalmente los diarios. Sentado en un taburete, puedes ir teniendo acceso a lo ocurrido cada año de un vistazo, con fotos, titulares y destacados. 
En la pantalla, de gran tamaño, van pasando hechos o historias y en la que quieras detenerte, puedes ampliar el contenido. Pasado un rato y cuando se acumulan atentados, tomas de pueblos, asesinatos, dictaduras, actos terroristas, elecciones trucadas y secuestros, se hace difícil digerir tanto sinsentido. Sería necesario tener esta información cerca y poder estudiarla más despacio, pero no teníamos tiempo. 
Salimos de allí impresionados por lo que ha vivido este país. Y con este bagaje entenderíamos mejor lo que unos gallegos residentes aquí, a los que conoceremos en el eje cafetero nos dirán unos días después: "No es que veas a la gente feliz ¡es que están felices! han vivido siempre en guerra y ha terminado. Tienen motivos para estar alegres". Desde luego, es verdad que han estado en guerra, más bien en innumerables guerras, continuas y superpuestas.

El centro comercial tenía una pista de hielo en su interior

Como no todo podía ser contemplar desgracias y barrios degradados, por mucho que estén cambiando, tomamos el metro para ir a Aguacatala, a Santafé, un moderno centro comercial. Estaba muy bien puesto y cenamos estupendamente en un restaurante italiano.


Una vez en el hotel, desde la terraza hicimos este video de Medellín la nuit. Y nos acostamos pensando en las excursiones que íbamos a hacer los dos días siguientes. 

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