miércoles, 18 de enero de 2023

13) Santa Fe, la primera capital de Antioquia, y su puente

Santa Fe es otro bombón arquitectónico por su conservada arquitectura colonial. Por ello es habitual que los visitantes de Medellín recalen en la que fue la primera capital de Antioquia.  Un traslado de la capitalidad a Medellín, que fue traumático, como suele ocurrir, y que es inapelable: Santa Fe tiene ahora mismo 16.000 vecinos (26.000 el municipio) y Medellín 2,6 millones, alguna diferencia hay.

El puente de Occidente tiene casi 130 años y 291 metros de longitud

La visita a este municipio se complementa con un paseo por su conocido puente colgante, una colosal obra de ingeniería, y más en la época en que se construyó.

El puente de Occidente permitió a finales del siglo XIX salvar la enorme barrera que suponía el río Cauca y comunicar Santa Fe con Olaya. En su momento fue el puente colgante más grande de América del Sur, con sus 291 metros de longitud. Hoy ya no lo es, pero sigue siendo un espectacular trabajo de ingeniería.


La obra fue clave en el desarrollo de la zona, lo que unido a su espectacularidad le ha dado mucha fama. Su diseño se debe al ingeniero José María Villa, nacido en la vecina Sopetrán, quien había estudiado en Estados Unidos y participado en la construcción del famoso puente de Brooklyn, en Nueva York. En el Instituto Steven, de Nueva Jersey, fue un estudiante brillante que realizó la carrera en la mitad de tiempo de lo establecido.


La excursión siguió la pauta que ya se nos había hecho habitual: recogida en el hotel y desplazamiento en autobús con una guía. El trayecto fue más corto que a Guatapé, y el paisaje, de montaña, impresionante. Después de desayunar en un parador de carretera bastante agradable, la primera actividad fue visitar el puente. Para ello bajamos andando una larga cuesta bajo la solana antioqueña, ya que el bus no tenía donde dar la vuelta junto al puente. El calor era intenso: Santa Fe solo está a 500 metros sobre el nivel del mar, nada que ver con Medellín y menos aún con Bogotá.


El puente tiene dos curiosos molinos en cada extremo que sirven para controlar los cables que lo sujetan. Están asentados sobre unas construcciones de ladrillo.

Es de acceso libre y a todos nos interesó atravesarlo. Construido en madera, hierro y acero, la superficie del suelo son tablas. Impresiona un poco cruzarlo por la altura a la que se encuentra sobre el río. Tampoco parece muy seguro, por su bamboleo y el estado de las tablas. Uno de nosotros se llevó un susto al apoyarse en la barandilla y el listón de madera se vino para adentro; los tornillos que lo sujetaban se habían soltado.


El de Occidente no fue el primer puente colgante que diseñó Villa. Unos años antes había construido otro también sobre el río Cauca, entre Jericó y Fredonia, igualmente de gran relevancia para las comunicaciones entre el suroeste y el resto de Antioquia. Tras su inauguración empezó a ser llamado Puente de la Iglesia por las torres góticas de sus extremos. El nombre caló tanto que algunas mujeres se negaban a cruzarlo sin cubrir su cabeza, como si realmente estuvieran en un templo.


Inicialmente era solo para peatones, pero después permitieron el paso de vehículos. Consta de dos pasarelas laterales, por donde circulan las personas, y una central más ancha por la que solo vimos pasar motocicletas y tuk tuk, por cierto, haciendo un gran estruendo con las tablas.

Debido a las distancias y al aislamiento en Antioquia hace casi siglo y medio, el lugar de la obra se convirtió en una verdadera fábrica. Villa montó tejares para los ladrillos, aserraderos para las maderas utilizadas (distintos tipos de cedro y comino), trenzadora para los cables que iban a sujetar su peso, asunto fundamental, obviamente, y hasta una forja y un taller de fundición.


En la cabecera del otro lado del puente algunos paneles explican de manera somera la problemática que supuso su construcción. Pero se olvidan de detalles cruciales, como que diseñó unos puentes a escala junto al río para saber como se comportaría con el viento. En otras palabras, evitar que oscilara con los vendavales y mucho menos que pusiera en riesgo a quienes lo cruzaran. Tenía que conseguir la proporción adecuada entre la altura de las torres y la longitud del puente, así como la resistencia de los cables tensores. Constatando que sigue en pie a día de hoy, no cabe duda de que lo consiguió.


Los cables fueron una gran preocupación para el ingeniero. No había producción nacional y tenían que importarse. Se trasladaban por barco hasta Puerto Berrío y de allí en mulas hasta el puente. Y aquí se trenzaban, pues en caso contrario las mulas no habrían  podrían transportarlos. Un complejo puzzle para una obra que ahora se ejecutaría de manera mucho más rápida y sencilla.

Lo que hoy se ve casi como una obra menor, un puentecito largo, sí, pero de madera, supuso un cambio radical para los habitantes de ambas orillas. A la inauguración acudieron el gobernador y el obispo, y cientos de personas. Y antes de abrirlo al paso de la gente se metieron varios cientos de cabezas de ganado para garantizar su resistencia. Durante quince minutos quedaron retenidas mientras pateaban y mugían. A la vista de que aguantaba, quedó inaugurado entre aplausos de los vecinos.


Antes de existir esta pasarela, para cruzar el caudaloso río Cauca era preciso usar barcas cautivas o localizar un vado. Algo difícil lo segundo y lento y complicado lo primero, lo que lastraba las comunicaciones y el comercio y también la actividad ganadera.

El texto de esta placa no tiene desperdicio

No pudimos menos que dejar constancia de esta placa que alude a personas e instituciones que intervinieron en su construcción. Que identifiquen a la administración con el partido liberal es algo que hoy produce sonrojo. En cambio, que figure hasta el pintor no deja de resultar curioso, una muestra de que todos fueron importantes para llevar al proyecto a buen puerto.

Y como prueba de la relevancia que en Santa Fe dan a su puente de Occidente mostramos este tuk-tuk, cuyo propietario lo ha elegido como símbolo.


Desde el puente la guía nos llevó a conocer Santa Fe, pero la configuración del municipio obligó a dejar el bus en la periferia y hacer una pequeña caminata. Está declarada monumento nacional por su arquitectura colonial, en línea con otras ciudades que ya hemos mencionado en este blog, caso de Leyva o Barichara.


Las calles son rectilíneas en un mayor parte, formando manzanas rectangulares, y en ellas no se aprecian edificios que rompan la armonía.

Puertas de gran altura para que el dueño pudiera entrar a caballo

Hay numerosas casas con patio interior, donde los moradores podían tener sombra y un cierto frescor. Sin embargo, la altura de esta puerta y de otras muchas en casas de cierto empaque se debe a que el dueño acostumbraba a entrar a caballo y la precisaba. Dentro, sus criados se hacían cargo del animal.


Es una ciudad antigua, con historia, de las primeras del país. Fundada en 1541, estaba a 79 kilómetros de Medellín, distancia que en 2006 se redujo a solo 55 con la apertura del túnel de Occidente. Sus 4,6 kilómetros bajo montañas obraron este milagro y lo comprobamos ese mismo día para llegar a Santa Fe en el autobús  y después al regreso.


Durante mucho tiempo rivalizó con Medellín como ciudad más importante de Antioquia. Santa Fe fue la capital desde 1584 hasta 1826, en los albores de la independencia de Colombia. Los motivos de esta pérdida parecen radicar en el clima de Medellín (conocida en el país como la ciudad de la eterna primavera), motivo por el cual muchos de sus gobernadores se mudaban de facto y ejercían de allí la gobernación. A esta circunstancia se añadió la plaga del cacao, que hundió los cultivos, y el acelerado crecimiento de Medellín, que obtuvo la primacía indiscutible. Por cierto, algo muy típico de Santa Fe son los tamarindos, que te ofrecen en multitud de modalidades. Nosotros los probamos en su versión más natural y tienen un sabor muy peculiar. 


En cualquier caso, parecen historias pasadas que a los santafesinos de hoy no parecen preocuparles.

Antes de abandonar Santa Fe tuvimos ocasión de visitar el pequeño museo Juan del Corral, sobre la historia de esta población. La visita no hubiera tenido nada de especial, de no ser por el trabajo didáctico de la persona que nos explicó su contenido. El historiador Andrés Urrego, sin que nosotros lo esperáramos, nos abrió los ojos al pasado de la ciudad de manera atractiva. Al acabar lo felicitamos y conversamos con él sobre nuestro viaje.

Nuestra guía, una persona competente, dando instrucciones durante la visita

A destacar el almuerzo en Santa Fe, incluido en el tour. Nos llevaron al restaurante Guaracú, una casa hotel colonial de más de 400 años en pleno casco histórico. 


En un comedor situado en el patio, cubierto en sus bordes, disfrutamos de una comida tipo bufé que estuvo muy bien, incluyendo varios tipos de zumos.


Finalmente, el grupo de visitantes nos hicimos todos juntos una foto para el recuerdo. 


Una vez en el hotel, tomamos algo en un bar próximo para despedirnos de la ciudad, ya que al día siguiente salíamos para el eje cafetero.


Salimos a primera hora de la tarde (la mañana la dedicamos a paseara por el barrio del hotel) del aeropuerto pequeño de Medellín, en pleno centro de la ciudad  (nada que ver con el que utilizamos el día que llegamos desde Cartagena), donde nos esperaba un avión de hélices para llevarnos al eje cafetero. 

Despidiéndonos de Medellín desde las alturas

Cuando lo vimos nos pareció algo muy antiguo, pero lo cierto es que a la hora prevista aterrizamos en el aeropuerto de Armenia sin incidencias.

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