viernes, 27 de enero de 2023

5) ¡A Girón en teleférico, y con las maletas!

21 de enero, 8:00 de la mañana. Jorge, nuestro chófer, nos llamó puntual, confirmándonos que el trancón (bloqueo) de la carretera se mantenía. Por tanto, imposible llegar a Girón por esa vía. Le pedimos alternativas y nos ofreció tres: 

Una avioneta privada desde una pista que hay no muy lejos, en San Gil; hacer la ruta por una carretera que da una larga vuelta o un desvío menor y atravesar el cañón de Chicamocha en el teleférico de Panachi, donde al otro lado nos esperaría un conductor que conoce. Elegimos la tercera opción y nos pusimos en ruta. Como el trayecto era bastante más pequeño que el previsto, ajustó sus honorarios. Por nuestra parte, visitar este cañón y cambiar el plan no nos preocupaba nada, a excepción de la persona del grupo a la que las alturas le provocan vértigo.

Río Chicamocha al fondo del cañón, en una foto realizada desde el teleférico

Sin embargo, nos llamó la atención que se pueda bloquear por espacio de días una carretera vital . Al parecer es una disputa seria, protagonizada por campesinos que se niegan a ser expropiados para buscar oro en sus terrenos. "Por supuesto les van a pagar, pero ¿Qué pasa después? ¿Se van a la ciudad? ¿Y que hacen cuando se les acabe el dinero?", se preguntaba Jorge

Por otro lado, también nos explicó que el mayor problema en Barichara es el suministro de agua, muy escasa. Varios alcaldes  prometieron construir un viaducto que sigue pendiente. Por eso la población se ha dividido en cuatro sectores, y cada uno de ellos, nunca a la vez, tiene cuatro horas de agua al día. 

Y más datos de Colombia: existe servicio militar obligatorio y la jubilación es mucho más temprana que en Europa y nada igualitaria: 62 años los hombres y 58 las mujeres. 

Salimos del hotel con las últimas explicaciones de su propietaria, muy amable siempre y que nos recalcó que el cañón es un lugar precioso, así que casi casi agradecimos la incidencia. Por el camino alternativo vimos bastantes mulas aparcadas en los márgenes de la carretera "por el trancón", a la espera de que se levantara. 



Al llegar al cañón, unos kilómetros antes del teleférico, paramos en una venta a tomar un tintico con Jorge. Al fondo, muy al fondo, se adivinaba el río, que parecía un regato minúsculo debido a la distancia y al color terroso de sus aguas. Después, desde el teleférico, en vertical y a menor distancia, ya era otra cosa.


Divisamos un paisaje espectacular que no habíamos incluido en la ruta. Lo de siempre, no se puede ver todo y hay que elegir, aunque a veces suceden cosas que modifican los planes, y no siempre para mal.


Llegamos al teleférico y nos despedimos de Jorge, que nos dió el teléfono del conductor que nos recogería al otro lado. Junto a la estación del teleférico había un parque de atracciones y de agua, a los que no prestamos atención.


Arrastrando nuestras maletas, sacamos los billetes y nos dispusimos a cruzar el cañón que a lo largo de los años ha excavado el río Chicamocha. Es uno de los más grandes del mundo con sus 227 kilómetros de longitud  y 1.200 metros de profundidad. 


Colparques mejora el ranking y lo coloca como el segundo más grande del mundo y aumenta la profundidad hasta los 2.000 metros. Medidas aparte, es impresionante.

Sin problema alguno, sacamos los billetes, solo de ida, obviamente, y nos embarcamos. Observamos que otros usuarios también llevaban equipaje.

El trayecto duró unos veinte minutos para cubrir los 6.300 metros de recorrido, rato en los que disfrutamos de la vista.


Del otro lado tampoco hubo incidencia alguna, recogida de maletas...


y a esperar al nuevo transporte tranquilamente.



En el recinto, unos músicos callejeros amenizaban la espera y recibieron la correspondiente recompensa. 

José Miguel llegó puntual y nos confirmó que conoce bien a Jorge, y que es práctica habitual pasarse viajeros. El trayecto a Girón no era muy largo. El chófer llegó con hambre por el encadenamiento de servicios y se paró a comprarse una arepa con queso . 

Puesto del camino en el que el chófer, José Miguel, compró una arepa para almorzar conduciendo.

Se la comió mientras conducía a la vez que consultaba datos con el móvil. Amablemente, le ofrecimos que se detuviera "para comer la arepa con tranquilidad", oferta que desechó sin captar la indirecta. De esta manera siguió ejerciendo de conductor-orquesta por un carretera complicada que desciende de manera pronunciada, y en la que numerosas mulas aparecían de improviso en las cerradas curvas. Pero José Miguel ni se inmutaba, se le veía en su salsa, acostumbrado. 

Hotel de Girón, que no fue precisamente lo esperado

Al llegar al hotel, la Ayenda Macaregua, pactamos con José Miguel que viniera a recogernos al día siguiente para llevarnos al aeropuerto de Bucaramanga, un recorrido corto, de 15/20 minutos. Tras consultar con su jefe, la tarifa que nos propuso  fue de 180.000 pesos por dos vehículos, ya que la furgoneta estaba ocupada.
En el hotel nos entró la duda y nos confirmaron que un taxi al aeropuerto no superaba los 30.000 pesos, 60.000 los dos que necesitábamos. Nos sentimos estafados y le llamamos para anular. Tuvimos la sensación de que empezábamos a manejarnos por Colombia con más soltura, evitando estas clavadas. 
Respecto al hotel, fue una desilusión: habitaciones y baño minúsculo, la cama como único mobiliario y sin ventana exterior, solo a un pasillo. Por lo demás, limpio y el desayuno bien, suerte que era solo para una noche. El precio de tres habitaciones, 114 euros. También estaba muy céntrico, junto a la Plaza Central, pero estaba cerrada perimetralmente por obras.


Nada más instalarnos nos echamos a la calle para aprovechar la tarde. Era sábado y estábamos en el centro, muy animado. Girón es una ciudad populosa que supera los 150.000 habitantes, situada a unos pocos kilómetros de Bucaramanga y dentro de su área metropolitana.


A juzgar por las pintadas, las obras no eran del gusto de todos los vecinos.


En la plaza destaca la basílica de San Juan Bautista, al parecer una copia de la iglesia de Santa María Mayor de Roma. Una vez más, había actividad religiosa y mucha gente en su interior. La sorpresa nos la llevaríamos unos horas después, a las 4:30 de la madrugada del domingo, cuando nos despertaron las campanas sonando a todo trapo. Según nos explicaron en el hotel, es algo habitual y llaman a la misa de cinco, a la que acuden muchos habitantes de las veredas del extrarradio gironés. Tras la primera vez siguieron sonando cada treinta minutos.


En cualquier caso, el centro es muy agradable, y mantiene su arquitectura colonial, aunque cambia radicalmente en los aledaños que se confunden con Bucaramanga.


Tuvimos tiempo para conocer sus principales calles, pero sin profundizar. 

Espectacular puesto de piñas en una calle de Girón, a 1 euro la pieza

Además, resultó un día especialmente caluroso y húmedo, por lo que teníamos que andar protegiéndonos del sol. 


Con la comida tuvimos suerte. Elegimos el restaurante La Casona, que parecía casi la reproducción de un local castellano. Con un gran patio central, disponía de numerosas mesas en el área cubierta que lo circunda, y allí se hacía más llevadero el calor.


Al salir de comer nos encontramos con una boda en una plaza próxima. Y con un gran atasco que bloqueó el tráfico. Estaban implicados tanto motos como coches y tardaron un buen rato en ponerse de acuerdo para moverse ordenadamente.


Dedicamos un rato a presenciar la salida de los novios y los invitados. 

¡Vivan los novios!

Como curiosidad, antes de que salieran los novios varias personas recogieron diligentemente flores, sillas y otro mobiliario que habían utilizado en la ceremonia. A continuación habría varias bodas más.


Recorriendo el pueblo, que realmente tiene un centro interesante, viendo a la gente pasear y pasar la tarde del sábado también lo hicimos nosotros. 


En su mayor parte el centro está empedrado, las casas pintadas de blanco y tienen grandes puertas marrones. Forma un conjunto  en general bien conservado. Lo que ya no fue tan agradable es el barrio más próximo, atestado de gente, lleno de tiendas de productos chinos y ruidosos establecimientos, debido principalmente al volumen de la música en muchos de ellos. Para nosotros era atronador, pero la gente tan a gusto, o eso parecía. Buscamos una terracita tranquila para tomar un zumo y nos recogimos en el hotel. 

Por la mañana los dos taxistas aparecieron puntuales para llevarnos al aeropuerto. Uno de ellos  resultó un personaje curioso. Muy conservador, mostraba una fuerte animadversión hacía los venezolanos ("si me para uno no lo dejo montar"), era extremadamente religioso y un fan de la Legión española y del himno El novio de la muerte. Nos habló también de una fiesta religiosa, la de los Nazarenos, que se celebra en Girón cada 14 de septiembre y a la que acuden peregrinos de Ecuador y de otros lugares. La organiza una cofradía de 500 miembros de la que forma parte, y en la que la pertenencia se hereda de padres a hijos. "Pero si uno de los cofrades se separa de su mujer, tiene que dejarlo o es expulsado", nos explicó como si tal cosa.

En el aeropuerto nos encontramos con este cartel, que advierte de lo que advierte estando en Colombia. Lo veríamos después en otros lugares públicos.



Y así tomamos el avión a Santa Marta, dando por finalizada la primera parte del viaje e iniciando la etapa caribeña. Era el primer vuelo interno de un total de cuatro. 

Llegando a Santa Marta, con el mar a la vista



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