sábado, 14 de enero de 2023

15) Moliendo café antes de ir al paraíso termal

En el eje cafetero se pueden hacer muchas cosas, incluida la más obvia de visitar una hacienda cafetera y conocer el proceso de cultivo y fabricación. Y la hicimos, doctorándonos en domingueros por un cafetal. Bromas aparte, fue un rato agradable y no sabiendo nada del tema, salimos con conocimientos básicos. 

Fueron unos días distendidos en esta parte tan agradable de Colombia, en los que conocimos Filandia (nada que ver con el país casi del mismo nombre), una ciudad de aires coloniales pese a su relativa juventud; también estuvimos con dos interesantes gallegos afincados en Armenia por motivos profesionales y después nos acercamos a los Termales de Santa Rosa de Cabal, un lugar destacable, por su ubicación espectacular y por su cascada de aguas balnearias.

La oferta de tours cafeteros es amplia. La catalana del hotel nos recomendó la Hacienda Luger. Llegamos allí a las once de la mañana y duró dos horas. Es una actividad habitual en esta pequeña plantación de solo dos hectáreas, con lo que poco café pueden recolectar pero sí mostrar cómo se cultiva, recolecta y procesa a muchos visitantes. Son tres encargados y a veces tienen dos o tres grupos a la vez, rotando por los distintos escenarios.

Nuestro profe de café fue una persona jovial y extrovertida

De entrada, nuestro profe Leo (de Lionel) nos explicó (a nosotros y a una pareja de chilenos jovencitos) los distintos tipos de café existentes y el proceso resumido.


Acto seguido, y terminada la parte teórica, nos disfrazaron de chapoleras y al tajo a recolectar granos de café. Lo de chapolero viene de chapora, mariposa, aunque otras fuentes aluden a la chapola, el nombre de la planta del café cuando es pequeña y no mide más de veinte centímetros.


La finca tenía una orografía complicada, con cuestas y laderas, lo que dificulta la recolección, pero así eran la  mayoría de las que vimos. Eso sí, casi todas con otros árboles por encima (plátanos principalmente) para dar sombra al café y que el sol no lo machaque.


Leo nos enseñó e identificó otras plantas de la finca, muchas de ellas plantadas ex profeso para dar aroma, matices, notas al propio café. De eso no teníamos ni idea.

En las cestas que llevábamos  recogimos los granos de café de color rojo que cada uno encontró

Durante un rato, como diez/quince minutos, recogimos granos que ya tenían el color rojo que permite procesarlo. En su mayoría los granos estaban verdes, ya que la recolección principal se lleva a cabo en los meses de marzo y abril, y otra en el segundo semestre del año. En una maquina bastante artesanal, Leo nos mostró después como se le quita la primera capa de piel al fruto, el despulpado.

El café para secarse se divide por su calidad (color), y cada uno precisa un tiempo diferente

A continuación fuimos a la zona de secado, donde se deja al sol durante un periodo variable de tiempo. Llegada la noche, se cubren para que no vuelva a humedecerse.

El tejadillo del fondo se corre de noche para cubrir el café

En esta fase, el café hay que removerlo de vez en cuando para que el secado sea homogéneo y todos los granos estén al sol el tiempo necesario.


Ya en la fase final, el café se limpia de su envoltura dándole calor  (un nuevo despulpado), lo que hizo en esta maquina, y la verdad es que soltó mucha pielecitas. A continuación, tostó los granos en un rudimentario hornillo, todo muy artesanal.


Después de un pequeño tentempié, la clase terminó con Leo moliendo el grano despulpado y preparándonos unas tazas de café en pota, colándolo con una especie de calcetín. Por supuesto nos supo a gloria. Salimos de allí sabiendo lo que son los granos pasilla (el que tiene algún defecto, que se separa para un café inferior); que las plantas tardan dos años en producir, que luego puede durar de 20 a 25 años en tres fases diferentes y distintas, y que en las fincas se van rotando estos procesos para que siempre haya plantas en producción, lógicamente, Y que en Colombia se optó en su día por la variedad arábiga (puede cultivarse hasta los 2.000 metros de altitud), mucho más suave que la robusta (África, Asia y solo hasta 800 metros de altitud), las dos grandes variedades. La robusta tiene una cantidad muy superior de cafeína y durante el viaje fuimos conscientes de la suavidad del café colombiano.

Colorido edificio de Filandia, localidad de unos 7.000 habitantes

Tras este doctorado cafetero acelerado, y después de adquirir todos algunas bolsas de café, salimos rapidito para Filandia, donde habíamos quedado a comer con Toño (de Lalín) y Paco (coruñés), socios en una empresa de construcción que trabaja principalmente en Armenia construyendo bloques de viviendas. Llevan trabajando aquí más de una década y por lo que nos dijeron normalmente alternan un mes aquí y otro en Galicia.


Habíamos oído que Filandia es un pueblo muy bonito y así lo confirmamos al llegar. Dimos un paseo antes y después de comer.


Disfrutamos viendo sus calles, que fueron bastantes, ya que al tratarse de un domingo el pueblo estaba atestado de visitantes y tuvimos que aparcar algo alejados del centro.


Es un pueblo relativamente reciente, fundado en 1878, pero sus casas dan la impresión de una mayor antigüedad. 

Toño (segundo izquierda) y Paco (derecha fondo) durante la agradable comida en Filandia

Por fin nos encontramos con estos gallegos semi exiliados en el restaurante que ellos eligieron, el José Fernando, posiblemente el mejor del lugar. Fue una comida de lo más agradable, en la que nos hablaron de Colombia, principalmente de esta zona, que ellos conocen tan bien. Y de su experiencia como promotores inmobiliarios, de la situación del país, de como funcionan aquí las empresas. Una charla instructiva en la quizá les agobiamos a preguntas, pues estábamos deseosos de saber más cosas. Aunque nos dio la impresión de que ellos también disfrutaban contándonos historias y anécdotas sin parar. Y además, comimos francamente bien. El contacto con ellos se debió a que los padres de uno de los viajeros son amigos de toda la vida de los padres de Toño. Al saber que veníamos, insistieron en que lo llamáramos, y de ahí esta inusual reunión.


Al terminar de comer tomamos café en la plaza central y seguimos charlando aunque luego tuvimos que hacer un poco de tiempo en la puerta del bar, pues estaba cayendo un diluvio sobre Filandia, y es que en esta tierra llueve lo suyo.

Nombre poético en una calle de Filandia


Insistieron en llevarnos a un extremo del pueblo, para conocer un mirador con vistas a la serranía que rodea esta localidad.


Realmente la vista es excepcional, con un verdor que nada nos extrañó con la lluvia que caía esa tarde.


Volvimos a retratarnos con nuestros paisanos, y lo habíamos pasado tan bien que quedamos emplazados a repetir la comida tres días después, esta vez en Armenia. Era el único hueco posible, pues al día siguiente nosotros salíamos para las Termales, donde teníamos habitaciones reservadas, y el jueves Toño regresaba a Galicia para estar algo más de un mes con su familia. La de Paco también está en Galicia, aunque él iba a volver algo más tarde.
Volvimos pues a Salento, donde nos reunimos con Cristina para liquidar las habitaciones y comentar nuestra estancia. Ella estaba siempre en el otro hotel, bastante más grande, y nos dijo que la persona que atendía La Caracola estaba de vacaciones. Le contamos que al salir de Filandia, el vejete que cuidaba nuestro coche aparcado, uniformado con un chaleco reflectante, y que tenía aspecto de padecer alguna deficiencia intelectual, nos sugirió que le diéramos una propina. "Deme la voluntad.... cinco, diez mil pesos para comprarme una guarradita". Nos hizo tanta gracia la frase que se llevó los 10.000 pesos, que serían 2 euros en España. "Es una barbaridad, no se los daríais, verdad", nos espetó Cristina. Al decirle que sí se llevó las manos a la cabeza, "hizo la semana", concluyó. Su reacción es entendible, ella vive allí y por tanto se maneja en pesos; nosotros, de visita, y en cuestiones sin importancia, teníamos menos prevenciones.

Plaza principal de Santa Rosa de Cabal, con su enorme iglesia

Al día siguiente de esta agitada jornada (cultivo de café, comida entrañable) salimos para los Termales, que se encuentran en el municipio de Santa Rosa de Cabal (unos 50 kilómetros, una hora al menos en coche). Antes de llegar paramos en Santa Rosa para conocer este pueblo y dar una vuelta. Es mucho más anodino, con diferencia, que Salento o Filandia, por citar las dos últimas donde habíamos estado, pero su plaza principal, llamada de las Araucarias, es magnífica y enorme.


Entramos en la iglesia , la Basilica Menor Nuestra Señora de las Victorias, y nos sorprendió: era grande e interiormente revestida en madera.

La plaza, haciendo honor  a su nombre está rodeada de Araucarias

De Santa Rosa salimos para el hotel de los Termales, a no mucha distancia aunque el último tramo, ya en una propiedad privada y de acceso controlado, sin asfaltar.


Se trata de un hotel construido al lado de la montaña, en un punto donde ya no es posible avanzar más. Pero no es un lugar elegido de manera aleatoria, ni mucho menos. Detrás de este edificio bajan una cascadas de agua caliente que son recogidas en piscinas. El precio por las tres habitaciones una noche fue de 226 euros.

Las habitaciones de los Termales estaban muy bien

Los Termales están encajados junto a una montaña y allí acaba la carretera, imposible seguir

Detalle del vestíbulo del hotel, cuidado y bien puesto


En el hotel se ven estas pequeñas cascadas bajar por la ladera y las columnas de vapor anticipan que la temperatura no es la habitual.


Un rato después lo comprobaríamos in situ: la temperatura era fresca, bastante, y esa tarde noche nos dimos un largo baño en las piscinas, que son varias y conectadas, con el agua más caliente en función de su proximidad a la cascada. Estar en el agua ardiente de noche, con una luz artificial muy agradable mientras fuera hacía frío fue un verdadero placer. Tanto, que estuvimos casi dos horas en el agua.


Es un lugar especial ya que no abundan las termas donde puedas estar en el agua con la cascada de agua caliente cayendo a unos metros. Pasamos un buen rato y repetimos el baño a la mañana siguiente. Ese día, el de nuestra marcha, desayunamos en el hotel y estuvo realmente bien, al igual que la comida la noche anterior.

Nuestro Pereira no pudo eludir fotografiarse en la Pereira colombiana

Ya de vuelta a Armenia, hicimos una pequeña parada en la vecina Pereira, capital del departamento de Risaralda. El eje cafetero se extiende a lo largo de varios departamentos, pero son muy pequeños, los más chicos del país. Fundamentalmente, estos dos más Caldas y algunas áreas de Tolima, Antioquia y Cauca.


En su plaza principal destaca esta estatua de Bolívar desnudo a caballo. Es una recinto muy grande, con unos mangos centenarios bordeándola. El resto de la ciudad que vimos no nos llamó especialmente la atención. En el centro había una especie de mercadillo ambulante y se movía muchísima gente. 


Si acaso este templo de fachada un tanto ecléctica pero con un interior atractivo que, para variar, estaba lleno de gente. Se trata de la Catedral de Nuestra Señora de la Pobreza, un nombre inusual. Tras esta corta visita a Pereira la visita al eje estaba ya en su recta final, e incluso la de Colombia, pero seguíamos disfrutando del viaje como si fuera el primer día.

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