El hotel campestre Solar de la Luna fue un agradable descubrimiento |
Estábamos en la recta final de la gira colombiana y nos instalamos en Armenia, más bien en el extrarradio de la ciudad, en una lindísima casa rural cuyo nombre oficial es hotel campestre Solar de la Luna. Es una amplia propiedad con ocho casitas, buenas vistas a la sierra y una piscinita estupenda.
Tiene un cuidado jardín y el recinto es propiedad de dos hermanos que lo atienden con un matrimonio de caseros, que siguen el rol habitual en estos casos. El marido, Mario, se encarga del jardín y le felicitamos efusivamente por lo bien que lo mantiene, cuidadísimo y lleno de flores. Y ella de las habitaciones.
Cada casa disponía de una agradable terraza |
Por lo que hablamos con los propietarios, dos hermanos, ya de cierta edad (pongamos que al menos en la cincuentena), son de familia bien y en la propiedad reside también la madre. Uno de ellos es arquitecto (ya no ejerce) y diseñó la instalación. Tanto el exterior como las casitas son muy agradables y llenas de detalles.
El comedor, abierto a la cordillera, tiene una capacidad exagerada para ocho habitaciones, pero nos explicaron que allí también se celebran eventos en ocasiones.
Estuvimos allí tres noches, en tres de las casas, por un precio de 528 euros, y ciertamente muy a gusto.
La decoración, colorista y atractiva, sin duda fue muy pensada |
Detalle de una de las habitaciones |
Para llegar a este hotel campestre hay que tomar un desvío de la carretera general y seguir un sendero de grava. Al inicio hay una barrera atendida permanentemente por un vigilante, lo mismo que en las Termas, algo habitual en este país lleno de seguratas y concertinas, siempre pendientes de la seguridad.
El día siguiente habíamos pensado hacer un tour del cacao similar al del café, que nos había recomendado la catalana de Salento. Después de contactar con una de las fincas, ajustamos bien la hora ya que ese día habíamos quedado a comer con los dos gallegos de Filandia. Andábamos justos de tiempo para volver al restaurante a la una menos cuarto, teniendo en cuenta que para ellos era un día normal de trabajo.
Cuando nos disponíamos a salir, uno de los hermanos se percató de que teníamos que pasar por Armenia. Con el número inicial de la matrícula de nuestro coche y que era miércoles, explicó que no podíamos ir "pues les afecta el pico y placa, y hay cámaras en las calles". Quedamos alucinados, sabíamos que existe dicho sistema en Bogotá y en Medellín, pero no en Armenia, y menos que nos pudiera dejar varados. Claro está, hasta ahora no habíamos tenido coche en Colombia.
Para evitar riesgos, anulamos la clase sobre el cacao ya que, aunque podíamos ir por otro sitio, mucho más largo, no nos garantizábamos llegar a la hora acordada para comer. Uno de los hermanos nos sugirió entonces visitar el Jardín Botánico del Quindío, y fue todo un acierto, ya que nos encantó.
Es un recinto muy grande, 15 hectáreas, en el que haces un recorrido con un guía profesional del propio jardín que lo va explicando todo. El grupo lo integrábamos nosotros seis y una pareja de mallorquín y colombiana residentes en Baleares. Nos explicaron que habían venido a que él conociera el país y la familia de ella.
Así que iniciamos una ruta viendo plantas, caminando por senderos de bosque y, siendo tan pocos, con facilidad para escuchar a la guía, que conocía bien de qué hablaba. La instalación pertenece a una organización no gubernamental, por tanto sin ánimo de lucro, que cuenta con la colaboración de la universidad del Quindío y otras entidades en proyectos de educación ambiental e investigación científica. Trabajan unas 35 personas y los guías oscilan entre 10 y 20, según la época.
Nuestra guía durante una de sus explicaciones |
En el Jardín Botánico destacan de manera especial su trabajo con la colección de palmas de Colombia. Ya han conseguido agrupar en el recinto un total de 210 ejemplares de las 255 especies que existen en el país. De esta forma ayudan a su conservación y a su estudio.
Se detuvo de manera especial en esta palma con raíces aéreas, de la que dijo que ha dado lugar a leyendas en ambientes rurales de que el árbol las usa para desplazarse, y que por tanto se mueve de sitio. No sabemos si alguien lo ha creído, pero era para tomárselo en serio, parecen realmente patas...
En el recorrido nos encontramos con instalaciones destinadas a hacer más ameno el trayecto, como este laberinto de boj, que los visitantes pueden intentar resolver recorriéndolo. Eso hicimos algunos, pero en realidad era muy fácil encontrar la salida.
También vimos esta curiosa maqueta (a una escala variable, dada la topografía) para comprender el relieve del Quindío, un departamento chiquitito: 1.845 kilómetros cuadrados y 580.000 habitantes, el menor de la Colombia continental. A modo de ejemplo, menos que la menor provincia española, Guipúzcoa, 2.000 kilómetros cuadrados. En la gigantesca maqueta se observa la ubicación de los 12 municipios que la integran y la configuración del valle donde se sitúan, en plena cordillera Central, con el enorme pico del Nevado de Quindío (4.760 metros).
Disciplinados, hacíamos la ruta viendo árboles y escuchando las interesantes explicaciones.
Recibimos muchos datos sobre el bambú, también llamado guadua, tan importante y abundante aquí (se usa de manera amplia en la construcción), y la forma de evitar que se extienda de manera incontrolada, como ocurre si se le deja a su aire. Y curiosidades como la hora a la que hay que cortarlo, llegado el caso, ya que una planta absorbe cada día 15 litros de agua que suelta por la noche. Por eso el momento idóneo es a las cinco de la mañana, ya sin líquido.
En la parcela de 15 hectáreas hay vaguadas, y para organizar la ruta han tenido que instalar un puente colgante, indudablemente más seguro y estable que los que padecimos en la ruta del Cocora.
Uno de los platos fuertes es el punto de avistamiento de aves, desde el que los visitantes, en una cabaña con una pared de cristal y acústicamente aislada, pueden cómodamente observar aves, mayormente colibrís, y también otros animales, normalmente roedores. Como les colocan comida en plataformas, acuden allí continuamente.
De los colibrís nos sorprendió su tamaño, tan chiquitito, que parece casi un insecto, y la velocidad a la que mueve las alas, una preciosidad.
Reproducción para conocer el túnel del Quindío y sus sistemas de seguridad |
Nos resultó sorprendente que uno de los varios museos específicos existentes en este jardín botánico esté dedicado a conocer una obra de infraestructura, por muy destacada que sea. Se trata del Museo del Cruce de los Andes de Quindío, y explica cómo se construyó este túnel de 8,5 kilómetros bajo la cordillera, que ha simplificado enormemente el viaje a Bogotá. La montaña se horadó a 2.400 metros de altura, pero 900 metros por debajo del punto más alto de la cordillera, conocido como Alto de la Línea. Eso sí, solo funciona en sentido Bogotá, pero permite pasar en el viaje desde Buenaventura de 18 kilómetros por hora de media a 60. Su inauguración estaba prevista para 2013, pero no entró en servicio hasta septiembre de 2020.
El golpe de efecto de este pequeño museo es la maqueta de la montaña bajo la que se construyó. Cuando la estás viendo, más bien las bocas de acceso, la guía divide la montaña en dos y queda a la vista la totalidad del paso subterráneo. Muy efectista. Hasta funcionan los vehículos, como si se tratara de un Scalextric.
Exterior del mariposario, fotografiado desde una plataforma elevada (110 escalones) sobre el jardín |
Otro lugar destacado es el mariposario, instalado en un recinto cubierto al que le han dado precisamente la forma de una mariposa.
Mariposas búho, bastante sociables con las personas, atraídas por la comida |
El sistema que siguen para que las mariposas vuelen y se familiaricen con los visitantes es colocar comida en distintos lugares, a donde acuden constantemente.
Como casi todo el mundo, nunca en la vida habíamos tenido una mariposa posada que además se mantuviera largo rato.
Contentos como niños, comprobamos que pasado un rato acudían a las manos, en las que hábilmente nos habíamos untado comida.
La guía nos hablaba de las mariposas, de las distintas clases que hay allí, pero a nosotros la verdad es que el nombre no nos preocupaba mucho.
Estábamos encantados de que se acercaran y posaran sin miedo alguno. Una pasada.
La guía nos sugirió que este árbol daba suerte si lograbas abrazarlo. No es que la creyéramos, pero por si acaso seguimos su consejo y hasta optamos por intercambiar las parejas. Y así, tras un par de horas en contacto con la naturaleza y aprendiendo, dejamos el jardín del Quindío todavía más felices de lo que habíamos entrado.
Desde este destacable Jardín salimos para el restaurante donde habíamos quedado con Toño y Paco, en las afueras de Armenia y también cerca de nuestro hotel campestre. Era el Rancho Edén, un sitio con amplias praderas y mesas separadas y aisladas entre árboles.
Después de hacer el tonto en estos poyetes con un fondo de palmas, dimos cuenta de una comida realmente estupenda.
Como durante la comida no nos había dado tiempo a hablar de todo lo que teníamos en cartera, los invitamos a visitar nuestra casa rural y allí pasamos la tarde entre anécdotas y risas, en la terraza con vistas a la cordillera. Alguna de estas anécdotas quedarán para la posteridad, como fue la participación de Toño en un examen práctico en la Academia de Seguridade de A Estrada. No dábamos crédito a lo que nos contaba, pero como tenía vídeos, nos rendimos a la evidencia. Un genio este Toño, y un verdadero actor, bueno, también su mujer. Lo que nos reímos. A media tarde nos despedimos emplazándonos para vernos alguna vez en Galicia, cosa que esperamos suceda más pronto que tarde.
La vista desde la terraza del hotel era una maravilla y unos pájaros vinieron a completar el decorado a no mucha distancia de donde nosotros estábamos.
Centro de Córdoba, el primero de los pueblos de la sierra |
Nos quedaba solo un día antes de volver a Bogotá y, tras algunas consultas, decidimos hacer un recorrido por la sierra que veíamos desde la terraza, visitando algunos pueblos, concretamente tres: Córdoba, Pijao y Buenavista. Allí pasamos el día y esta vez, contra todo pronóstico, concluimos que quizás no fue la mejor idea. Ciertamente el paisaje era bonito, de montaña y bosques, y praderas, mucha vegetación, pero los pueblos no tenían mucho interés. De hecho, no paramos mucho en ninguno de ellos.
La anécdota en Córdoba fue un vejete que tras estacionar en la plaza puso un cartón sobre el parabrisas cubriendo la mitad del cristal o poco más. Tenía más cartones y ya lo entendimos; al regresar estaba allí sentado: le devolvimos el cartón.... y, claro, una propinilla.
Donde lo que sea es un nombre muy usado en hostelería, como Casa Pepe en España |
La sierra casi parecía un territorio por explorar y de gran belleza |
En alguna ocasión paramos para contemplar con tranquilidad el panorama |
Plaza principal de Pijao, un pueblo agradable |
Las carreteras de montaña en esta zona son como las del llano, pero mucho más complicadas y difíciles. En ocasiones había hundimientos junto a la ladera, o estaban arreglándola y cortaban un carril. Siguiendo la ruta llegamos a Pijao, el pueblo más bonito de los tres, pero teníamos en mente las localidades tan maravillosas que habíamos visitado a lo largo del viaje y eso elevaba el nivel.
Una discreta placa en la plaza de Pijao recordaba a un grupo de militares muertos en combate con las FARC, la guerrilla desaparecida mediante el acuerdo de paz de 2016. Llama la atención que tardaron once años en poner la placa, y que se hizo después de la desaparición de este importante grupo guerrillero, que en realidad era todo un ejército.
Posiblemente el día habría sido mejor aprovechado si en estas montañas hubiéramos hecho alguna ruta caminando, pero no tuvimos oportunidad. Realmente los paisajes eran espectaculares.
Antes de llegar a Buenavista, donde ya no paramos, hicimos un alto para tomar un juguito en un establecimiento de carretera, el café Concorde, un sitio enorme y bien puesto, con un aparcamiento para muchos coches. Aunque allí casi estuvimos solos, el lugar debe tener mucha vidilla los fines de semana.
Las vistas desde el Concorde eran magníficas y allí pasamos un rato charlando sobre nuestros días en Colombia.
En Buenavista no paramos, pero subimos a una loma donde está la base de un teleférico que no funciona. Un vigilante nos confirmó que nunca había entrado en servicio ya que tenía defectos de construcción, pero allí estaba. Al parecer, estudian reformarlo y darle uso. Una familia colombiana que estaba en el mismo sitio nos preguntó por nuestro viaje y se mostró muy contenta de nuestra opinión favorable del país.
Regresamos a Armenia, al Solar de la Luna, con 33 grados, dispuestos a disfrutar de la piscina. Lo hicimos pero un rato después el cielo empezó a cubrirse y cayó el diluvio universal en forma de tormenta, por lo que nos refugiamos en el comedor. Sombra, una perra labradora de la casa, se asustó con los truenos y se vino dentro a refugiarse. Sólo asomó el morro de su escondite cuando se cercioró de que la tormenta ya había terminado. La temperatura era también mucho más suave.
Ya de anochecida, salimos a cenar a un restaurante situado junto al del día anterior. Se trataba de un italiano, el Bianco, donde disfrutamos de unas pizzas excelentes. Una buena manera de poner punto y final a la semanita cafetera.
Al día siguiente, nos despedimos de nuestros anfitriones, devolvimos el coche y tomamos el avión a Bogotá, donde llegamos sin novedad. Allí pasamos los tres últimos días del viaje, viendo otra vez la capital, visitando un museo acompañados de Jazmín... y todas esas cosas que ya contamos en la primera entrega de este blog.
Ahora ya solo resta elaborar un apunte final con curiosidades de un mes en Colombia, que nos da la impresión que fueron muchas más de las que pensábamos.
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