domingo, 29 de enero de 2023

3) Villa de Leyva presume de la mayor plaza de Colombia

Viajamos de Zipaquirá a Villa de Leyva, un encantador pueblo de unos diez mil habitantes (casi el doble en el total municipal), famoso por su gigantesca plaza central, totalmente empedrada desde hace algo más de medio siglo. Está considerada la mayor existente en el país y es el centro vital de la localidad. Aparte, Leyva es un lugar precioso, agradable, de calles rectilíneas llenas de hoteles, bares y tiendas de todo tipo, sin duda consecuencia de su desarrollo turístico.

La Plaza Mayor  de Leyva, de casi una hectárea y media, impresiona al recién llegado. Se dice que es una de las plazas más grandes de América y está totalmente adoquinada.

Como ya señalamos, guiados por Marcos partimos de Zipaquirá a primera hora, y tras no poder visitar Guatavita seguimos la ruta. En un momento dado nos paró una patrulla de la Policía Nacional, que en cuanto se percató de que éramos extranjeros dio vía libre al vehículo sin pedirnos ninguna documentación. Confirmamos así el trato exquisito de los agentes con los turistas. No solo eso, en muchas ciudades hay destacamentos de la Policía Turística, dedicada a resolver cualquier problema que se le plantee a un foráneo. Por suerte, nunca necesitamos sus servicios.

Marcos, nuestro conductor, en el centro del grupo antes de llegar a Leyva

El recorrido incluía otras dos paradas antes de Leyva, que al final fueron tres pues Marcos estaba a nuestra completa disposición y con absoluta amabilidad. Por ello el trayecto nos llevó unas seis horas, incluyendo una parada para conocer el pantano de Tominé, una gigantesca masa de agua, la mayor en las inmediaciones de Bogotá, con sus 18 kilómetros de longitud por 4 de ancho y 50 metros de profundidad. En uno de sus márgenes se encuentra el nuevo pueblo de Guatavita, ya que el antiguo desapareció en una inundación en 1967.

Monumento a Bolívar en Boyacá

Seguimos ruta hasta el puente de Boyacá con la intención de conocer el histórico lugar donde se produjo la crucial batalla del mismo nombre (7/8/1819) que selló la independencia de Colombia. Es un sitio de la máxima relevancia en el país No importa que sea un pequeño puente sobre poco más que un regato; se trata de un símbolo para los colombianos. Incluye un monumento a Bolívar rodeado de cinco mujeres, en alusión a las cinco naciones que liberó (junto con Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia).

Por esta razón está calificado como Patrimonio Cultural de la Nación y ocupa un lugar destacado en la iconografía colombiana.

Para realzarlo se han construido varias explanadas y una plaza de banderas con las 123 de los municipios del departamento de Boyacá. 


Nos paramos a pensar que 213 años antes esto era territorio colonial español y que precisamente allí la historia dio un giro radical.


Junto a un pebetero con llama, supusimos que permanente, nos fotografiamos con respeto y proseguimos la ruta.


Somos conscientes de que el mundo da muchas vueltas, pero no tantas como para que alguna casa no sea después capaz de volver a su posición inicial. Chistes aparte, junto a la carretera encontramos esta vivienda invertida, que Marcos explicó fue idea de un particular que la ha convertido en museo, al parecer con éxito.

Plaza principal de Sesquilé

Continuamos hasta Sesquilé, un pueblo del que no teníamos dato alguno. Allí nos limitamos a tomar algo en el café panadería Casino, un lugar sencillo, de época, nada sofisticado. Aparte de los cafés, unos dulces de acompañamiento y algo de pan recién hecho. La factura ascendió a la exorbitante cantidad de 4,25 euros los siete. Tras ello, foto de recuerdo en la plaza y a la carretera.

Atractivo comedor de Casa Provenzal, lástima que el desayuno no estuviera a su altura

Un rato después llegábamos a Villa de Leyva, un pueblo colonial que hay que visitar sí o sí, aunque no todos lo hacen. Nos instalamos en un hotel encantador, Casa Provenzal, situado en la periferia. Nos gustó mucho, aunque al día siguiente descubrimos que el desayuno era de un escaso que rallaba en la racanería. El precio de las dos noches en tres habitaciones fue de 307 euros.


Se trata de un casa antigua, renovada con gusto, con un largo pasillo-salón para estar: sobresaliente. Lleva siete años abierto y cuenta con 13 habitaciones.

Habitación de Casa Provenzal, en Villa de Leyva


En Leyva no hay duda sobre lo primero que hay que hacer al llegar: ir a conocer su plaza central, un gigantesco espacio empedrado, que mantienen vacío acentuando la sensación de enormidad. A su alrededor todos son edificios con historia, y el centro del pueblo lo constituye una serie de calles trazadas a escuadra y muy cuidadas, como los edificios.

Plaza de Leyva, iluminada cuando llega la noche


A lo largo de la tarde revisamos la plaza, de día y ya de noche, y los alrededores. Leyva es planito, y el paseo resulta sencillo, muy diferente a lo que veríamos un par de días después en Barichara. La plaza es impresionante, pero también un lugar algo frío. Sin mobiliario ni árboles, la gente como mucho la utiliza para cruzarla (algo que su empedrado dificulta bastante) y eso le resta animación y vida. Pero sin duda es especial.


Nos llamó la atención la existencia de numerosas casas coloniales con grandes patios, a veces comunicados con otros anexos, reconvertidos en locales de hostelería o tiendas.

Tiendas en Leyva, las hay a montones y muy atractivas


Una arepa bien completita nos permitió ganar tiempo hasta la hora de la cena.


Tras valorar diversas opciones, elegimos un patio compartido por varios restaurantes. Una encargada te ofrece las cartas de los siete locales y cada uno elige bebida y comida del que prefiera, y los había variados: griego, italiano, local. Y en el centro de la mesa, un fuego alimentado por gas. Un lugar agradable y muy adecuado para la tertulia, en el que al final cada restaurante presenta su factura.

Casa Provenzal, nuestro hotel , con su traje de noche


Al día siguiente el grupo se dividió: unos habían elegido darse un chute de quads y otras visitar el museo paleontológico, al gusto de cada cual.


En el museo, que estaba bastante cerca del hotel, las chicas hicieron un recorrido por el pequeño recinto guiadas por un joven estudiante que les explicó los pormenores de su colección de más de 500 fósiles, en su mayoría de la zona y algunos de la época paleozoica, de entre 250 y 500 millones de años de antigüedad. 


La estructura que alberga el museo es una joya arquitectónica colonial edificada en 1570 por los españoles y en ella funcionaba un molino de trigo y cebada conocido como el "Molina de Osada".

Restos de un plesiosaurio, enorme reptil gigante que vivió durante el cretáceo.

Jardín botánico en las inmediaciones del Museo Paleontológico.

Los chicos contrataron la ruta en quad con una de las muchas agencias que ofrecen actividades de tiempo libre.


La primera sorpresa de los aventureros fue comprobar el estado del jeep en el que los iban a transportar a la pista, situada a unos pocos kilómetros del centro. Era un vehículo que pedía a gritos el desguace, y que a duras penas soportaba ya el trote diario al que lo sometían. Oxidado, con cables al aire, desde su interior podía verse al suelo... No daba mucha confianza. Una vez en marcha, el conductor, un chaval joven, confirmó que no tenía combustible y decidió ir a "tanquear", operación que ante nuestro estupor realizó con el motor encendido. Reanudada la marcha, se le rompió el pedal del acelerador y ya no dábamos crédito. Lo resolvió llamando a la oficina, desde donde enviaron otro vehículo que sin duda era pariente cercano del averiado, pero que llegó hasta la pista de quads.


Los quads estaban igualmente muy tronados. En el grupo había quien tenía experiencia, quien reunía más dotes e incluso quien sufrió por encima de la media.


Por ello el recorrido fue más corto de lo previsto y consistió en dar vueltas por el circuito, lleno de curvas, cuestas y obstáculos. Al final regresaron todos sin magulladuras, aunque un poco llenos de polvo.


Pasado el mediodía optamos por ascender al mirador del Santo Corazón, lo que suponía salvar un desnivel de 500 metros de altura.


La excursión resultó mucho más dura de lo previsto. No por el desnivel ni la distancia a recorrer, sino por el estado del suelo y la fuerte pendiente. A medio camino decidimos dar la vuelta ya que había riesgo de lluvia, lo que hubiera complicado el descenso, haciéndolo incluso arriesgado.


Pese a ello, llegamos a una altura que nos permitió sacar esta vista de Leyva por encima de los árboles.


Ya abajo, descansamos un rato antes de tomar una de las decisiones cruciales del día, que no era otra que elegir restaurante .


Y esta vez, casi como excepción, no acertamos. La idea era cenar en el hotel de la foto superior, que habíamos visitado por la mañana. Recién restaurado, era un sitio acogedor que prometía. Sin embargo, dudamos en la puerta y nos dejamos pescar por un gancho de Casona la Margarita, situada muy cerca, y no resultó bien.


El local es bonito, pero las mesas estrechas e incomodas, la comida no nos gustó, no tenían postre alguno que ofrecer y la factura fue más elevada de lo habitual. Así que decidimos que no nos volveríamos a dejar pescar. No fue grave, seguíamos de viaje y disfrutando de Colombia. Y al igual que en Zipaquirá, por la tarde cayó un tremendo chaparrón mientras buscábamos un lugar donde tomar las famosas milhojas de Leyva. Aunque nos esforzamos y nos calamos, los locales que las venden estaban cerrados. No era el día.

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