sábado, 28 de enero de 2023

4) En Barichara se comen hormigas culonas

Al principio no queríamos entender que estábamos hablando de comer hormigas, pero realmente era así. Tampoco suponía una novedad completa, pues en Tailandia vimos por muchos sitios insectos fritos, y alguien los probó. Sin embargo, parece que esa costumbre gastronómica suena más rara en un país culturalmente cercano, pero es lo que hay. En Barichara oímos hablar de estas hormigas de culo grande, las anunciaban por todos lados y solo dos del grupo las probaron, asegurando que su sabor recordaba a un fruto seco. Se trata de una seña de identidad del departamento de Santander, pero de ello se habla por gran parte de Colombia. Tanto, que en el patio del Ayuntamiento de Barichara le han erigido un monumento. Históricamente era un plato tradicional de los indígenas guanes: se les quita cabeza, alas y patas, y después se fríen con sal.

Estatua erigida a la hormiga culona en la sede municipal de Barichara

De nuevo nos  trasladamos en transporte privado, esta vez desde Leyva hasta Barichara. Nuestro chófer fue Jorge, quien nos vino a buscar desde está última ciudad en una buseta (autobús pequeño). Habíamos quedado con él a las 9 de la mañana, pero un rato antes ya vimos su vehículo en las inmediaciones de Casa Provenzal. Luego nos explicaría que había salido a las 3 de la madrugada de Barichara.

Jorge (derecha) con el grupo tomando un tintico en la ruta a Barichara

El recorrido nos llevó algo más de cuatro horas y media para recorrer 186 kilómetros, bastantes de ellos por carreteras de segundo y tercer orden, como es fácil imaginar por el tiempo empleado. Solo paramos una vez para tomar un tintico, y el camino Jorge nos lo amenizó con explicaciones sobre lo que veíamos. Una vez más, y no sería la última, nuestro conductor se convertía también en guía; él se entretenía y nosotros conocíamos aspectos de Colombia que nos hubiéramos perdido de viajar en autobús o coche alquilado. Nos relataba también los cultivos en las zonas que atravesábamos: caña para obtener panela, tomate bajo plástico, plátano, zanahoria, arándanos).

Un grupo de mulas circulando por la carretera a Barichara

A veces surgía la sorpresa y en la carretera aparecía una reata de animales, pero Jorge ni se inmutaba.  En este caso, al parecer, eran venezolanos que iban a recoger caña con estos animales para fabricar panela. Nuestro guía-chofer nos identificó junto a la carretera algunos "trapiches", ingenios donde se obtiene este tipo de endulzante.

La densidad del tráfico en algunos tramos es muy elevada, y los camiones, omnipresentes

El precio del viaje fue de 700.000 pesos, unos 140 euros. En el trayecto conocimos lo que es conducir por lugares apartados: cientos, quizás miles de camiones, de gran tamaño, tramos de carretera hundidos por las lluvias (el suelo es muy calizo y el agua en las quebradas lo esmaga), todo ello junto a otros tramos en buen estado. Y a mayores, presencia policial frecuente.

 A lo largo del trayecto Jorge nos contó su historia: que en 2022 el turismo se había recuperado y todo va ahora mejor, que hace frecuentes desplazamientos al aeropuerto de Bucaramanga y que cuando no recibe encargos conduce un bus municipal. Tiene un hijo de 9 años y lleva una vida agradable, por ello se niega, como le dice su mamá, a coger un empleado y sacarle más rendimiento a la buseta. Le tiene mucho cariño a su vehículo y prefiere ser el único que la conduzca. El trayecto fue perfectamente y quedamos con él para que tres días después nos llevara a Girón, donde teníamos previsto hacer noche para a la mañana siguiente viajar en avión a Santa Marta, la ciudad más antigua de Colombia (1525). Sin embargo, las cosas no discurrirían como teníamos previsto.

Hotel de Barichara, en las afueras pero accesible andando, o en tuk-tuk por un módico precio.

Barichara resultó ser otra joyita, del estilo de Leyva o incluso superior. una ciudad colonial bien conservada, con la peculiaridad de que está levantada en gran parte sobre una ladera, por lo que sus cuestas son antológicas.


Es también un lugar pequeño (unos 3.000 habitantes, 8.000 el conjunto del municipio), por tanto fácilmente abarcable.

El amplio hall abierto del hotel invitaba a pasar el rato allí, charlando o leyendo

Si Barichara merece una visita, el hotel que teníamos reservado, en este caso para tres noches, fue un hallazgo. El Alto del Viento  nos encantó, estuvimos muy cómodos y finalizado el viaje concluimos que fue el mejor de todo el  mes en Colombia.  Las tres habitaciones durante tres noches costaron  520 euros.

El hotel tenía detalles como este
Habitación del Hotel Alto del Viento. No tenía vidrios en las ventanas y no hacía falta: corría una agradable brisa que mitigaba el calor. 

A nuestra disposición una piscina en la terraza superior


Una vez instalados salimos a dar un primer vistazo a la población, en la que procuramos utilizar calles que seguían la ladera para evitar los descensos bruscos. La temperatura había subido y no era extraño: habíamos pasado de 2.600 metros a solo 1.300. Así nos íbamos adaptando para cuando llegáramos al Caribe colombiano, que sería la siguiente etapa tras una breve parada en Girón.


Pero era imposible seguir ese rumbo mucho rato ya que el centro  estaba en un nivel inferior, y tarde o temprano había que bajar cuestas de una enorme pendiente.


Pero la belleza del pueblo y los paisajes compensaban sobremanera cualquier molestia.


Y a la hora de regresar al hotel utilizábamos dos tuk-tuk (tres viajeros en cada uno), el medio de transporte para moverse por el pueblo o visitar los alrededores. Lento y con poca potencia, pero cómodo, aireado y a un precio imbatible: menos de un euro y medio cada vehículo por regresar al hotel desde el centro. Pese a ello, la competencia es enorme: solo en Barichara hay 115 tuk-tuk y en la pequeña Villanueva, 47.

Catedral de Barichara, situada en la plaza central

La catedral, considerada románica pese a construirse en el siglo XVIII, es un edificio espectacular en piedra con tres naves.


En su interior destacan las diez columnas de cinco metros de altura y setenta centímetros de espesor que le dan solidez, lo que sin duda obligó a esforzarse a los "patiamarillos", uno de los gentilicios de los nacidos en Barichara. Andando sin rumbo llegamos a la plaza principal, un recinto destacable pese a que tiene una ligera pendiente. Hay numerosas tiendas y terrazas de cafetería, y estaba siempre muy animada.


Hay numerosas casas históricas, en su mayor parte del siglo XVIII, que en general están muy bien conservadas. Por ello ha sido declarada Patrimonio Cultural y también ganó el concurso de "pueblo más lindo de Colombia".


Y de vez en cuando te asomas a alguna calle y la pendiente casi impresiona. Antes de volver al hotel cenamos en el restaurante Saint Honoré (ensalada, empanadillas, lengua, cabrito), sencillo pero la comida rica y el importe, 200.000 pesos con jugos y cervezas, exactamente la mitad que el día anterior, que no nos había gustado.

El desayuno en el Alto del Viento resultó un verdadero placer: comenzaba con fruta, presentada siempre de manera diferente y muy estudiada.

El tamal es mejicano con variantes colombianas

Y seguía luego con tamales con yuca y carne y envuelto en hojas de plátano.


Otras opciones eran los huevos perico (revueltos, con tomate y cebolla) o un caldo. Para cerrar el refrigerio, café o té con tostadas. Un desayuno de nivel, sin duda.


Ese día habíamos previsto recorrer el Camino Real de Barichara a Guane y eso hicimos, con la excepción de una de las viajeras que tenía problemas digestivos, que se le alargarían varios días en los que estuvo fuera de combate. Los demás nos pusimos en ruta a primera hora tras descender al punto de salida desde nuestro hotel, situado en la parte más alta de la villa.


Es una ruta ancestral de casi diez kilómetros que conecta con el pueblecito de Guane, y que formaba parte de los caminos milenarios de las comunidades indígenas.


Hacía bastante calor y buscábamos la sombra siempre que podíamos, mientras caminábamos con la responsabilidad que impone utilizar una ruta histórica. En algunos tramos sobre piedras planas, y en general su estado es aceptable, pero podría mejorarse.


Encontramos bastantes paseantes  y también una pareja pastoreando cabras.


Lo que no puede negarse es que la ruta impone su tranquilidad al paseante, que por lo demás no puede abandonar el camino ya que las fincas a su alrededor están todas valladas con alambre de espino, sin un espacio libre. Es algo que nos sorprendió y que se repetiría por todo el país. Finalmente, tras un repecho apareció Guane, un pueblecito como detenido en el tiempo, y en el que, a diferencia de Barichara, se ven más campesinos por las calles que turistas.


Cuenta esta población con una gran iglesia de piedra, que data de 1786. 


Guane recibe al visitante con alegría en una gran plaza central, excepcionalmente tranquila viniendo de Barichara.


Esta localidad fue elegida por los españoles para concentrar a los indígenas guanes supervivientes y adoctrinarlos desde los primeros años del siglo XVII.


Tras la larga caminata no teníamos ninguna intención de regresar andando, pero no había ningún tuk-tuk en la plaza,  aunque si un viejo jeep, de los que se conocen aquí como chiva, decorado para atraer al turista. Nadie estaba a cargo, pero un paisano se ofreció a ir a buscar al dueño, que apareció poco después con cara somnolienta.


De nombre Siro, no tuvo ningún problema en interrumpir su siesta para llevarnos. Todo el mundo lo conoce en Guane como El Loco, explicó, lo que no nos tranquilizó mucho mientras nos devolvía a Barichara. Pero era un tipo muy simpático.


En el camino nos fue contando su historia, que era como mínimo entretenida. "Vivía con mi mujer y mis tres hijos en Cúcuta, pero ella me dejó y volví aquí, donde nací al igual que mis dieciocho hermanos", iba narrando. "Un día me dejaron la ropita en la puerta", fue la frase clave de su parlamento, que provocó una carcajada en todos nosotros. De hecho, la hemos adoptado para casos similares. El Loco no aclaró los motivos de su expulsión, pero teniendo en cuenta que sus hijos la ratificaron no es difícil deducirlo. A sus 65 años, sigue trabajando con la chiva y no olvidó explicarnos que a su padre "lo mataron por política cuando él tenía 7 años". Encontraríamos historias parecidas en un país tan atribulado por la violencia.


Con  nosotros viajaban en la chiva tres ingleses, que se sorprendían de nuestras risas a raíz de las explicaciones de Siro. Obviamente, ellos no se enteraron de nada. A nosotros, en cambio, el trayecto se nos pasó volando.
La tarde se completó con una comida tardía en el café Casablanca, recomendado por el hotel. El local estaba bien puesto pero era más bien para meriendas. Tomamos unos boles de fruta y unos sándwich, 300.000 pesos (60 euros), para cinco personas. Tras ello, un paseo por la calle de los miradores sobre el valle, la vista merecía la pena.


En Barichara le cogimos gusto a las caminatas, y al día siguiente hicimos otra ruta, esta vez a un pueblo vecino, Villanueva, siete kilómetros solo, pero abrupta.


 Al inicio, para ambientarse, una subida impresionante desde el hotel que nos dejó baldados. Parecía inacabable y bajo un sol de justicia.


Una vez alcanzada la cima, el camino fue variado, entre árboles, por una cresta que a veces nos permitía la visión sobre dos valles paralelos.


La mañana discurrió bien, pero tuvimos que ir atentos al camino ya que en ocasiones se perdía. Estábamos en absoluta soledad, ni un paseante, pero pasamos al lado de algún caserío. En apariencia eran casas muy modestas, incluso con techo de uralita.


Llegados al final tuvimos que improvisar, ya que el camino desapareció y el terreno se volvió un poco complicado.


Unas calles anodinas nos llevaron hasta la plaza de Villanueva, algo más bonita. En el hotel nos habían recomendado probar los polos (aquí llamados "paletas") de aguacate, y eso hicimos.


Nos supieron a gloria! Aunque el de Alfonso era de mandarina.
Después, regreso en tuk-tuk, pero al llegar a Barichara tuvimos que echar pie a tierra para la imponente cuesta que lleva al hotel. La conductora nos dijo que su vehículo no tenía fuerzas para semejante esfuerzo. La verdad es que la comprendimos y lo aceptamos. El precio, 20.000 pesos cada tuk-tuk (4 euros) por un recorrido de unos diez kilómetros, una bicoca. A cambio, solíamos completarlo con una propina.


En los paseos de estos días nos encontramos la iglesia de Santa Bárbara, la primera capilla de la ciudad. Estaba cerrada y no pudimos verla, pero parecía atractiva.


En el paseo vespertino del último día nos embardunamos bien de productos anti mosquitos pues algunos del grupo estaban sufriendo lo suyo con las picaduras. Con este refuerzo nos fuimos a conocer otras zonas del pueblo.


Nos pareció una maravilla el cementerio, muy diferente a lo habitual.


La existencia de esculturas, supusimos que del difunto correspondiente, las alusiones a la profesión del fallecido, los paterres de flores y la limpieza convierten el recinto más en un parque temático que en un camposanto.


Pasamos un buen rato curioseando, comprobando como había zonas destinadas casi en exclusiva a determinadas familias pues los apellidos eran coincidentes. 


Caída la noche, la animación en la plaza central era máxima y algunos locales presentaban este aspecto, casi fiesta.


Y muchos edificios lucían una atractiva iluminación.


Para el final hemos dejado el relato de la comida de ese día, en el restaurante Elvia, igualmente recomendación de la dueña del hotel . Es un local de nivel, con la cocina a la vista y pocas mesas, donde recibimos un trato excepcional y degustamos riquísimos manjares. También nos lo había recomendado calurosamente Jazmín por wasap. Les hicimos caso, afortunadamente

Croquetas ahumadas del Elvia

Comenzamos con un entrante cortesía de la casa y después unas croquetas ahumadas, que venían tapadas en este tarro de barro sobre un lecho de paja que humeaba. Riquísimas. 




El resto de los platos fueron pollo rusticado, trucha y lomo de res, pero en preparaciones que no tenían nada que ver con otras anteriores ni con las que tomaríamos posteriormente. Solo ofrecían tres postres, y probamos los tres. Estupendos.

Cocina del Elvia: muchos operarios para pocos comensales. Cuando terminaron, se pusieron a recoger y limpiar y quedó todo inmaculado. Las lámparas sirven para mantener los platos calientes

El resultado global nos pareció de notable muy alto, incluso sobresaliente. El precio, 22 euros persona, fue el más caro de todo nuestro viaje. Por supuesto sin vino. Había mucha oferta en este lugar, pero los precios nos parecieron desproporcionados.
Una persona de la mesa de al lado se nos enrolló al ver que éramos españoles. Nos dijo que era de Bogotá y que a primeros de abril iba a viajar con su familia a Portugal y Galicia para hacer unas etapas del Camino Portugués a Santiago. Quedó sorprendido cuando le dijimos que lo conocíamos bien y que pasaba por delante de la casa de uno de nosotros. Casualidades de la vida. 
Ya en el hotel, de noche, nos llamó Jorge, nuestro chófer que al día siguiente iba a llevarnos a Girón. Explicó que grupos de campesinos habían cortado la carretera y que no se podía pasar. Quedamos alucinados. Le pedimos alternativas y nos ofreció tres, a cada cual más disparatada. Por ello, nos emplazamos a hablar a las ocho de la mañana y decidir. A Girón teníamos que llegar, pues tras una noche allí volaríamos desde la vecina Bucaramanga a Santa Marta.
De como se resolvió la incidencia hablaremos en la siguiente entrada, pero podemos anticipar que fue de manera un tanto sorprendente....

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