jueves, 26 de enero de 2023

6) En Santa Marta, junto al Caribe y sin tren

Diez días después de aterrizar en Bogotá nos desplazamos al norte para dedicar una semana a Santa Marta y Cartagena de Indias y conocer el Caribe colombiano. No hubo ningún problema en el viaje, salvo una incidencia menor ya que el hotel envió dos furgonetas a recogernos en el aeropuerto. Fue un pequeño lío ya que ambas llegaron tarde y se peleaban por nosotros. No sabíamos a qué atenernos y al final elegimos la que nos dijo el hotel, aunque todo fue un poco contradictorio. Afortunadamente, disponíamos de teléfono para comunicarnos con ellos.

El interior del hotel Masaya es una chulada; al fondo, las torres de la catedral de Santa Marta

Nos instalamos en el hotel Masaya, un lugar interesante y un punto alternativo. Se trata de una gran casa con patio interior al que dan los corredores de las habitaciones. Y, además, mezcla la oferta habitual de hotel, habitaciones independientes con otras para compartir tipo hostel. Por ello abundaban los mochileros (bastante jóvenes en general) y nuestra presencia servía para aumentar la edad media de los alojados.


El hotel es realmente bonito, con mucho verde y un interior sombreado, que se agradece dado el calor de esta parte de Colombia. Otra cosa son las habitaciones, en las que no había silla ni mesa y se encontraban bastante desgastadas por el uso, baño incluido, pidiendo a gritos una mejora. Luego estaríamos en Medellín en un hotel parecido, de la misma cadena y estaba mucho mejor mantenido. Estuvimos en Santa Marta cuatro noches por un precio de 640 euros las tres habitaciones.


La terraza superior es toda ella un lugar de estar, un sitio cómodo con diferentes ambientes, donde se desayunaba, con cafetería y también una cocina de uso libre con utensilios. El desayuno, con varias opciones, estuvo bastante bien.


Como procedía, salimos a la calle para descubrir la ciudad, en la que notamos muchas diferencias con las zonas que conocíamos de Colombia.


Fundada en 1525, es la capital del departamento de Magdalena y la ciudad más antigua del país. Su puerto es un importante centro logístico que mueve mercancías y cruceros durante todo el año.


Supera el medio millón de habitantes y es una urbe bulliciosa en todo momento. 
Por cierto, que la Santa Marta de la canción, que tiene tren pero no tiene tranvía, es precisamente ésta. Joaquín de Mier, un empresario español que controlaba el puerto y tenía una naviera para exportar sus cosechas de banano y caña de azúcar (entre ellas, las de la Quinta de San Pedro Alejandrino) compró un tren en un viaje a Francia a fin de trasladar sus productos, pero, una vez en Santa Marta, como no había vías, "train-vía", ni posibilidad de construirlas, se quedó compuesto y con el tren. De cómo la cosa acabó en "tranvía" no se sabe mucho más, aunque también hay otras versiones. 


Aunque en las fotos se ve poca gente, se debe a que fueron tomadas poco después del mediodía, con el calor apretando. Pasado un rato, a la caída de la tarde, la gente empezó a llenar las calles.


Hay zonas con mucho arbolado, da la impresión de haber sido muy remozada en los últimos tiempos, y, sin embargo, también abunda la suciedad.

De nuevo encontramos grafitis enormes, lo que parece una seña de identidad colombiana

La puesta de sol en el paseo marítimo fue espectacular. Estaba atestado de samarios (gentilicio de Santa Marta) y de visitantes. Aunque anochecía, muchos bañistas seguían en el agua, sin prisa alguna, hacía calor.

A diferencia de Bogotá, Cundinamarca, Santander y Boyacá, la presencia de población negra era mayor. Sin embargo, donde hay más afroamericanos es en el Pacífico, zona muy aislada,  casi vedada al turismo y que quedó fuera de nuestra ruta.


Disfrutamos de nuestro paseo y de la puesta de sol antes de regresar al hotel. Todo el centro estaba atestado de vendedores callejeros de comida, bebida, zumos y multitud de cosas. También había numerosos grupos de agentes de policía.

Para volver al hotel atravesamos lo que parecían las calles de la movida, algunas peatonales, llenas de locales de música a tope y restaurantes con las mesas en la calle. La temperatura permitía cenar al aire libre sin problema alguno. Por supuesto, provistos de agua embotellada, ya que por norma no bebíamos del grifo. Aprendimos a buscar los sitios más baratos, ya que una botella pequeña te podía costar 1.000 pesos en un súper (20 céntimos de euro) o 6.000 en el hotel. Lo habitual es que los incontables vendedores callejeros la ofrecieran fresca a 2.000 ó 2.500 pesos. Como curiosidad, vendían agua en farmacias, ¡y también bebidas alcohólicas de alta graduación!.

La Catedral de Santa Marta no llegamos a verla por dentro ya que siempre estaba cerrada

Ese día hicimos una comida tardía en el restaurante Ouzo, al aire libre, bajo unos árboles. Estuvo bien en calidad y precio.


A la mañana siguiente, después del desayuno en la terraza, muy digno, nos dirigimos al paseo marítimo buscando una agencia que no existía en la dirección que figuraba en Internet. Queríamos contratar alguna excursión y terminamos en otra, la agencia Turcol, donde nos fue muy bien. Reservamos sendas salidas para los días siguientes: primero al Tayrona y la segunda jornada, tubing (descenso de un río en un neumático) en Palomino.
A continuación nos fuimos en taxi a conocer la Quinta de San Pedro Alejandrino, famosa por ser el lugar donde pasó sus últimos días Simón Bolívar, y murió allí el 17 de diciembre de 1830 a los 47 años. En la quinta también hay un museo de arte contemporáneo.
Tomar un taxi en Santa Marta es barato y muy sencillo. Están por todos lados, hay más de 2.000 según nos contó el que contratamos ese día.

Aquí estamos ante el mural que se supone refleja la historia de Colombia

La Quinta data del siglo XVII y se dedicaba a la producción del ron, panela y miel. Ahora es un destino turístico y todo gira en relación a Bolívar. Para ello los turistas hacen un tour, siempre con guía, estudiantes de turismo en prácticas que además de especializarse reciben a cambio una propina voluntaria.

Detalle de la hora exacta en que falleció Bolívar


Es un recinto pequeño, de unas pocas habitaciones comunicadas, y la guía te explica el sitio donde comía, recibía las visitas o dormía. Hay igualmente tres salas convertidas en museo donde se relatan los actos multitudinarios del primer centenario de su muerte, las personas que lo apoyaron en la lucha por la independencia y exhibiendo variados recuerdos.

Además de las estancias privadas, incluido el baño, la cocina o la biblioteca, en el exterior hay otros inmuebles, como el Altar de la Patria, erigido en el centenario de su muerte con una estética un tanto dudosa; un museo de arte moderno y la zona de trabajo de la hacienda para el procesamiento de la caña de azúcar con maquinaría de la época.

Y por los jardines correteaban con absoluta tranquilidad iguanas y espectaculares lagartos de gran tamaño.

A nuestra guía, voluntariosa y muy joven, se le notaba falta de experiencia

El recinto incluía un paseo de las banderas, una visita a los árboles centenarios (un samán, una ceiba y dos tamarindos) y un jardín botánico.


Desde San Pedro Alejandrino nos acercamos en taxi a Rodadero, la zona turística de Santa Marta con grandes hoteles y playas. El objetivo era desplazarnos en una lancha a Playa Blanca, distante unos pocos kilómetros y única manera de llegar.


Una vez realizada la excursión llegamos a la conclusión de que hubiera sido prescindible, pero eso lo sabes a posteriori. En Rodadero, los taxistas que nos transportaron avisaron a una agencia y allí nos esperaba una comercial que nos envolvió y terminamos montados en una lancha bastante cochambrosa, pero lo cierto es que todas eran similares.


Llegamos a Playa Blanca, un Benidorm de la vida atestado de gente y una playa de arena fina. También un sitio muy popular en Santa Marta y la prueba es que muchos de los que viajaban en la lancha eran turistas colombianos de otras zonas del país. Nada que ver con la foto que nos había animado a ir, casi una playa desierta.

Las cabinas de toldos azules se alquilaban por 60.000 pesos (12 euros) por día

Allí había poco que hacer salvo bañarte y contemplar al paisanaje,  pero antes tuvimos que alquilar una especie de cabina con sillas para varias personas pues el sol calcinaba.


Así que eso hicimos. Tras darnos un baño bastante reparador concluímos que allí no pintábamos nada, por lo que volvimos a Rodadero.

Una de las torres de la tirolina gigante que sobrevuela la playa

Una de las actividades en Playa Blanca es montar en una tirolina gigante que va de un lado a otro de la playa.


El regreso fue un poco tumultuoso ya que no era sencillo saber cual de estas viejas lanchas nos correspondía. Una vez aclarado, al montar te entregaban un salvavidas que por su aspecto llevaba muchos años de servicio.


Antes de regresar presenciamos la llegada de una zodiac a la que seguían como ovejitas varios delfines. Cada poco les daban comida y estos animales salían del agua y brincaban, generando una gran expectación. El objetivo de la perfomance era publicitar el acuario existente en Rodadero. 


Al regresar a Rodadero pasamos cerca de Isla Pelícano (o el Morro de Rodadero), que durante medio siglo fue propiedad privada de una familia importante titular de variadas empresas. Finalmente, los tribunales ordenaron su devolución al Estado, aunque ahora la mansión allí construida languidece.

Caldeirada que disfrutamos en Donde Chucho

Una vez en Rodadero, recorrimos su calle principal buscando donde comer s. Tardamos un buen rato en encontrar el restaurante Donde Chucho, especializado en pescado y mariscos. Todavía tuvimos que esperar un rato ya que estaba completo, pero mereció la pena. Por 17 euros al cambio, tomamos platos como risotto de arroz negro con calamares y diversos pescados. Todo muy bueno.

Tras esta comida copiosa, y como el sol había quedado bastante tapado por las nubles, decidimos regresar andando a Santa Marta utilizando un sendero peatonal que habíamos visto desde el taxi. Por suerte, este vial para caminar, Ziruma, terminado a principios de 2022, se encontraba cerca.

Son tres kilómetros que conectan Rodadero con la periferia de Santa Marta en el margen de una carretera atestada de coches. Y después otro tanto para llegar a la zona del hotel.


En el sendero hay algunas placitas para descansar, tomar asiento y disfrutar de las vistas.


En algunos casos, los barrios que se encuentran bajo la senda peatonal son viviendas muy básicas que forman algo parecido a favelas, pegadas unas a otras y con techos de uralita. Realmente, da que pensar que haya tantas personas que deban vivir en lo que parecen condiciones muy deficientes.

Los barrios miserables contrastan con las torres de viviendas modernas a poca distancia

La entrada en Santa Marta fue menos atractiva que el paseo por la senda peatonal. Algunos tramos son complicados y sin aceras, pero no había otra opción.


Un rato después llegamos al Masaya, algo cansados pero contentos, y disfrutamos de un refresco y de la tranquilidad de la terraza del hotel pensando en la excursión del día siguiente al famoso parque Tayrona. 


¡Y en el madrugón, pues habían quedado en recogernos a las 6:20 de la mañana!

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