domingo, 15 de enero de 2023

14) Salento y el fascinante paisaje de la travesía del Cocora

Por lo que habíamos visto y leído, sabíamos que el eje cafetero es un lugar especial, que atrae y engancha. Nuestras expectativas eran altas, y solo se puede decir que se cumplieron. 

Palmas de cera, el árbol nacional de Colombia, en su refugio del Valle de Cocora

En esta primera etapa en el eje conocimos el valle de Cocora y salimos impresionados por el chute de belleza de semejante paisaje.

Casa tradicional en Salento, donde llovió mientras lo conocíamos

Y la ciudad de Salento, junto a la que se encuentra el Cocora, es también una villa encantadora, chula, un poco húmeda, eso sí,  en la que no te cansas de pasear ni que llueva. Pero vayamos paso a paso.

Alquilar un coche no fue sencillo y nos forzó a llegar por el aeropuerto de Armenia en lugar de por el de Pereira

Llegamos al aeropuerto de Armenia desde Medellín a las cuatro de la tarde. El avión de hélice hizo el viaje como si fuera un último modelo. Inicialmente teníamos previsto entrar al eje cafetero por Pereira, también con aeropuerto pese a que le separan 45 kilómetros de Armenia. Allí gestionamos el alquiler de un vehículo con espacio suficiente para seis viajeros y sus respectivas maletas. Bueno, realmente encajar las seis maletas tampoco fue una operación sencilla, aunque con el paso de los días fuimos memorizando su colocación. También nos percatamos al hacer el papeleo del vehículo de la sorpresa del encargado de la oficina al comprobar que la conductora principal iba a ser una mujer. "¿Y tiene tarjeta de crédito...?", preguntó con cierta incredulidad.
El alquiler se enredó ya que el coche, recogido en Pereira, nos costaba sobre  mil euros por siete días, lo que nos pareció excesivo. Sorprendentemente, comprobamos que el mismo coche con la misma compañía (Localiza) se nos quedaba en Armenia, a 431 euros. Así que modificamos el plan de viaje y nos plantamos allí tan contentos. La información consultada durante la preparación del viaje coincidía en que en el eje cafetero era práctico disponer de un vehículo para tener mayor movilidad. Una semana de estancia en esta región lo confirmó.
A los armenios se les conoce también como cuyabros

Un cartel en el pequeño aeropuerto armenio nos daba la bienvenida, a nosotros y a todo le que llegaba, y nos dimos por aludidos. Allí descubrimos el gentilicio cuyabro que se da a los armenios, y que proviene de la planta rastrera del mismo nombre cuyo fruto es una calabaza.
Con nuestro coche nos dirigimos a Salento por un carretera digamos que mejorable, especialmente en la parte más próxima a nuestro destino, al que llegamos envueltos en lluvia y niebla, lo que hacía más difícil sortear las curvas encadenadas por las que pasamos. Casi en Salento, alucinamos cuando vimos en la carretera, ya de noche, a un paisano en moto que llevaba de una mano una reata de tres caballos. 


Nos alojamos en un pequeño hotel, La Caracola, en la práctica una casita rural con cinco habitaciones que gestiona una catalana que también lleva un hotel más grande en otro punto de Salento. En realidad todos los alojamientos en el pueblo eran más bien pequeños. Las habitaciones resultaron muy sencillas, justitas de espacio, igual que las zonas comunes, pero limpias, aunque había bastante humedad ambiental. El desayuno no estuvo mal.


El municipio se ordena alrededor de una enorme plaza, de nombre Bolívar, por supuesto, prácticamente vedada a los coches, al menos el fin de semana, y en la que existe una enorme iglesia. En la puerta del templo encontramos a un grupo numeroso de jóvenes concentrados en silencio y con caras largas, sentados en las escaleras con velas en el suelo. Sorprendidos, les preguntamos el motivo de la reunión, y la respuesta nos dejó helados. La tarde anterior un amigo de 19 años se había suicidado.


Aparte de ello, la plaza concentraba animación, familias, jeeps coloridos  que funcionan como taxis rurales. Se llaman Willys y acarrean una cantidad indeterminada de personas, entre 3 y 8, que incluye también la posibilidad de que algunas se cuelguen a mayores del vehículo en su parte trasera. A pesar de la tarde lluviosa había mucha gente de paseo ya que los comercios y locales de todo tipo, gastronomía incluida, están principalmente en las calles de los alrededores. 


La carrera 6 o calle Real es sin duda la más animada y variada, y en ella cenamos, en el restaurante Bernabé, uno de los aconsejados por nuestra hostelera. Nos instalaron en una especie de reservado, con una gran mesa, y la pasta al pesto con salmón que tomamos estaba francamente buena. En esa calle también hay mucha artesanía de todo tipo, y en una tienda descubrimos unos fulares bonitos y distintos fabricados por una cooperativa local que daba trabajo a mujeres, y nos llevamos varias unidades. 


Una par de días después, los gallegos con los que estuvimos, y que aparecerán en otra entrada, nos dijeron que Salento fue lugar de conflicto con las guerrillas de las FARC no hace tanto tiempo. "Ese cuartel de la Policía Nacional de la plaza, en el que ahora veis algunos agentes despreocupados, era un inmueble protegido por sacos terreros y vigilado por policías escondidos portando armas largas". Al pasar por el lugar parecía inimaginable ese pasado de guerra hace casi nada.


La excursión que teníamos clara desde Salento era el valle de Cocora, un lugar de visita imprescindible. Después de hacer el sendero largo, que tiene su dificultad, coincidimos en esa valoración.

La palma de cera le da fama al Cocora y es totalmente fotogénica

Este paisaje natural localizado en la cordillera Central de los Andes colombianos es famoso por sus paisajes y por su fauna y flora, pero sobre todo por reunir algunas plantaciones del árbol nacional del país, la palmera de cera


Existen varias opciones para visitar el Cocora. La más sencilla,  conocerlo donde empieza el sendero. Además, subir hasta una cierta altura y dar la vuelta, o bien elegir una de las dos rutas: la larga, que fue la nuestra y lleva unas cinco horas, o una corta de algo menos de la mitad. La larga puede hacerse en los dos sentidos, elegimos el de las agujas del reloj.


Durante al menos hora y media es una subida constante, muy pendiente, con vistas al valle, en la que hay miradores para disfrutar con el paisaje.


Pero lo que marca la diferencia son estas palmeras delgadas y gigantes, algunas llegan a los 70 metros, que impactan hasta el punto que cuesta dejar de mirarlas. Antes de descubrirse las secuoyas de California se pensaba que era el árbol más alto del mundo.


Es una ruta muy frecuentada y había bastante gente. Para entrar al sendero tuvimos que pagar una entrada a los dueños del terreno, que es privado (10.000 pesos cada uno, 2 euros). 


Nosotros disfrutamos de un día soleado y seco, pero en el Cocora llueve mucho y es parte de su identidad. De hecho, las nubes detenidas en sus cumbres es la estampa habitual, lo que se conoce como bosque húmedo.


Mientras reponíamos fuerzas, cansados por la subida,  ignorábamos que lo más duro de la marcha llegaría con el descenso. Y eso que tuvimos la inmensa suerte de que la lluvia se tomó un descanso el día en cuestión.


Llega un momento, como nos ha ocurrido en otros lugares señeros, que tanta belleza se acumula y parece algo normal. 


Luego, al revisarla en la memoria y en fotos o vídeos, confirmas el lugar tan especial en el que has estado.


Tras la larga subida empezó el descenso. El paisaje seguía siendo bonito, de bosque, pero se acabaron las impresionantes vistas generales sobre el valle. Durante una parte de la ruta conversamos con una chica francesa que venía de la Patagonia, donde había estado con su novio, ecuatoriano, al que acababa de dejar en su país. Ella trabajaba para Médicos sin Fronteras en la sede central de Bruselas, pero estaba excedente y seguía viajando. Hablaba bastante bien español.


Además, el suelo ofrecía complicaciones y no había otro remedio que prestar atención al lugar donde pisabas para evitar torceduras o caídas.


El descenso se hizo pesado, complicado a veces, hasta llegar a la orilla del río Quindío, el mismo nombre del departamento en el que también se encuentra Salento. Después, durante un buen rato, había que caminar por sus dos márgenes como mandaba el camino. Para ello cruzamos por varios puentes colgantes de madera cuyo estado deficiente daba que pensar.



Cruzábamos siempre de uno en uno y con cuidado, y lo único que podemos decir que ese día resistieron, pero ignoramos por cuanto tiempo.


Hubo uno especialmente lastimoso, con uno de los cables desnivelado y por tanto también las tablas, a su vez bastante separadas. Su bamboleo era, digamos, preocupante, y esta vez si que estuvimos atentos aunque mucho no podíamos hacer, salvo darnos prisa en superar la prueba. De todos modos el riesgo era limitado dada la altura. 


Algunos tramos junto al río fueron especialmente difíciles. El camino desaparecía y el discurrir era más de alpinismo que otra cosa, subiendo y bajando rocas y dando gracias por que no había llovido, ya que, mojado, hubiera sido bastante más complicado.
 

Los tramos más difíciles nos los tomamos con calma.


Y donde casi no había camino, descendiendo/ascendiendo siempre con mucha precaución.


Superados cinco puentes a cual más trapalleiro, el camino se convirtió en una senda transitable y enfilamos en dirección a la salida, donde hubo que pagar una segunda tasa a otros propietarios, esta vez algo menos, 6.000 pesos persona.


Encontramos una especie de tasca, donde algunos paseantes recuperaban fuerzas y seguimos disfrutando del bosque.


De vez en cuando volvían a aparecer palmas de cera distribuidas a su antojo por las laderas.


A veces alguna solitaria, como si estuviera peleada con sus congéneres en medio de esta inmensidad de paisaje verde. Con estas imágenes dijimos adiós al Cocora, un lugar que hemos colocado en el santoral de sitios de especial trascendencia que hemos visitado. Y vistas las fotografías, es evidente que no exageramos.

Trucha ahumada gratinada y un enorme patacón

Volvíamos cansados pero decidimos no pasar por el hotel para asearnos. Tal y como estábamos, buscamos un restaurante. El elegido, ya en el casco urbano de Salento, fue el Meraki, en el exterior pero cubierto, donde disfrutamos de una buena comida.

Plato vegetariano

Ese día probamos las truchas, abundantes en la zona, cocinadas de varias formas distintas, y también un plato vegetariano. Repuestas fuerzas, todavía tuvimos tiempo y ganas de callejear por la carrera 6 antes de retornar al hotel. Estábamos contentos tras un día completito.

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